Homosexuales en África: vivir huyendo

| 15 diciembre, 2020

Treinta y dos países africanos tienen leyes que castigan con la cárcel «las relaciones contra natura», y en tres se castiga con la pena de muerte. En Marruecos, el ACNUR acoge a miembros del colectivo LGTBI que han huido de sus países y que esperan dar el salto a un país occidental

JAVIER OTAZU. EFE / EL PERIÓDICO.- Ser homosexual en África es vivir huyendo: de tu propia familia, de la policía, de los vecinos, de la violencia física y verbal, de las humillaciones y del desprecio. Pero a veces no basta con huir, porque la homofobia te persigue hasta la muerte.

Esta es la historia de varios hombres y mujeres de Senegal, Camerún, Congo o Costa de Marfil, castigados, maltratados o desterrados por su orientación sexual y que recalaron en Marruecos, un país que les da cobijo pese a que el artículo 489 del Código Penal castiga la homosexualidad con la cárcel.

Comparten un triple estigma: son inmigrantes, negros y homosexuales y su vida en Marruecos tampoco es fácil porque la homofobia también está presente en la sociedad. Sin embargo, reconocen que la policía los tolera y hasta los protege en los frecuentes casos de agresiones.

Cuando los tuyos te matan

La comunidad LGTBI africana de Marrakech vive estos días en estado de shock: una noche de la pasada semana, una senegalesa recibió una llamada de teléfono. «Hemos matado a tu amigo el marica Hamidou. Ahora vamos a por los otros».

Hablaba en wolof, la lengua mayoritaria de Senegal. La joven alertó a varios amigos que se dirigieron al barrio de Dawdiat, echaron la puerta abajo y descubrieron a Hamidou (31 años) atado de pies y manos, cosido a cuchilladas y desangrado. Lo cuenta Faidou, que vio el cadáver y desde entonces no puede dormir. «¿Y si vienen luego a por mí?», pregunta asustado Faidou (nombre ficticio, como todos los que aparecen a continuación). «Después de todo, Senegal está solo a tres horas de avión, no hay visado, y pueden enviar a quien te mate con un billete de ida y vuelta».

La policía marroquí ha reconocido que el presunto asesino, un joven de 30 años, es efectivamente un senegalés, aunque atribuye la agresión a una disputa por «una petición de relación homosexual».

Faidou está aterrado y convencido de que es «un crimen de encargo» desde su propio país, donde la homosexualidad está particularmente perseguida. Sabe de qué habla, porque recuerda ser objeto de odio desde que de niño se vestía de mujer o jugaba con muñecas.

Relata haber sido violado con seis años y sufrir tocamientos sistemáticos, pero señala a su familia, a excepción de su madre, como la principal cómplice: «¿Mis hermanos, dices? No puedo llamarlos así, son los que me repudiaron, jamás me protegieron, me echaron de casa y me denunciaron con un micrófono en la mezquita». «Ahora que mi madre ha muerto, por nada del mundo regresaré a mi casa. Ni siquiera renuevo mi pasaporte porque la idea de ir a la embajada de mi país me da pavor», dice.

Un problema continental

África es el continente más ingrato para los homosexuales. Treinta y dos países tienen leyes que castigan con cárcel «las relaciones contra natura», «las conductas impropias» o «la sodomía», como es definida la homosexualidad según los países. En lugares como Mauritania, Sudán del Sur o estados del norte de Nigeria, está castigada con la pena de muerte.

Albina, camerunesa, pasó tres meses en la cárcel en Duala por lesbiana. «Mi familia no me apoyó, decían que estaba embrujada. Allí todos te miran mal», cuenta. Su huida fue un periplo que le llevó un año entero por medio continente (Nigeria, Benín, Costa de Marfil, Burkina, Níger, Argelia) hasta terminar en Marruecos, donde encontró una compañera marfileña con la que vive y con la que quiere emigrar: «a algún país donde pueda casarme con ella y trabajar de lo que me gusta, mecánica».

Se queja de que en Marruecos todos se ríen cuando va a pedir trabajo a un taller: es impensable ver a una mujer en un empleo de hombres. «A veces, cuando me ven en actitud cariñosa con mi mujer o vestida muy masculina, hasta los niños nos tiran piedras». Albina salvó la vida, pero su integración es imposible.

Homofobia cristiana y musulmana

Farida es una congolesa cristiana, hija de un pastor evangélico que no tuvo mejor idea que casarla a la fuerza con el hijo de otro pastor. «Para vacunarme», dice. «Aquel hombre me violó en los meses que duró nuestro matrimonio, y cuando escapé a mi casa y fui a quejarme a mi madre, me contestó: ¡Mientes! Mis hermanos sí me creyeron, pero luego comenzaron a azotarme hasta que hui».

Cuenta que vagó sin rumbo varios días por Brazaville, durmiendo en las calles. Entonces escuchó que un amigo vivía como refugiado en Casablanca y compró un billete de avión hasta esa ciudad. Ahora Farida vive en pareja con Maya, senegalesa, en un apartamento de Marrakech. Trabaja en un centro de llamadas gracias a las lenguas que habla y se viste como un chico, lo que también aquí le cuesta insultos y escupitajos. El miedo le impide denunciar las agresiones, dice.

Maya, por su parte, muestra su ojo herido: «Me violaron delante de mi novia, me golpearon hasta dejarme un bulto en el ojo. No lo denuncié a la policía por no tener tarjeta de residencia». Junto a Maya está sentado Macky, otro gay senegalés que muestra su pierna escayolada. Se la partieron unos cameruneses en un ataque homófobo en Marrakech. «No hay mayores homófobos que los’ black’ (negros africanos)», dice, y todos asienten.

«Aquí estás seguro»

En un lugar de Rabat hay carteles con la bandera arcoíris y un lema en varios idiomas: «Aquí estás seguro». Es el local de la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), el oasis al que llegan muchos homosexuales tras una vida huyendo.

Albina, Maya, Faidou… todos oyeron hablar en algún momento de ACNUR y llamaron a su puerta implorando amparo. Allí han encontrado asistencia legal, cuidados médicos y un documento de refugiado o solicitante mientras tramitan la ansiada «reinstalación» en algún país occidental, normalmente Estados Unidos y Canadá. Hay 617 refugiados (o solicitantes) LGTBI registrados en Marruecos.

ACNUR les provee de formación profesional con cursos de cocina, de costura o de inglés, que les permita algunos ingresos propios. Calladamente, oenegés locales y hasta una fundación presidida por una princesa familia del rey Mohamed VI contribuyen a paliar sus necesidades.

Una vida a escondidas

Pero en ese compás de espera, viven prácticamente escondidos, relacionándose casi únicamente entre ellos. Saben que tener problemas con la ley supondría una mancha imborrable en su expediente de reinstalación. «Marruecos nos ha acogido, es nuestro deber mantener perfil bajo», explica Faidou, sabedor de que la homosexualidad está perseguida por la ley.

Lo cierto es que casi nunca se les aplica. Marie, también senegalesa, relata desde la minúscula habitación donde apenas caben cuatro colchones que sirven de salón y dormitorio a cinco refugiados gais, hombres y mujeres, que sus vecinos les denunciaron y la policía se presentó en el cuarto: «Amablemente nos aconsejaron no hacer bulla y ser discretos para no molestar al vecindario». «No nos da miedo la policía, nos dan miedo los vecinos», resume. Con razón: en el mismo barrio la han violado dos veces, cameruneses y marroquíes, dice.

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