El único cementerio de soldados nazis en España, lugar de peregrinaje de ultras

| 24 septiembre, 2017

El camposanto, en Cuacos de Yuste (Cáceres), alberga los cuerpos de 180 soldados germanos; los vecinos recuerdan un homenaje a Rudolf Hess, hombre fuerte del Reich de Hitler.

GONZALO ARALUCE. EL ESPAÑOL.- Once de la noche del 25 de agosto de 2012. Un puñado de neonazis marcha en silencio sobre Cuacos de Yuste, en Cáceres. Ataviados con banderas de Alianza Nacional y alguna que otra esvástica que no se preocupan en ocultar, emprenden el camino hacia el cementerio alemán, el único en España.

El momento, en su delirio, es solemne. Un “camarada” del grupo -así se llaman entre ellos- explica que en el camposanto están enterrados los restos de 180 soldados germanos; 154 combatieron en la II Guerra Mundial a las órdenes de Adolf Hitler: es la razón por la que los radicales han elegido este escenario para rendir homenaje a Rudolf Hess, destacado dirigente del Reich nazi, en el XXV aniversario de su muerte. Los asistentes entonan una canción a viva voz, Yo tenía un camarada, y concluyen con un mensaje revanchista: “Ni olvido ni perdón”.

Vaya por delante que casos como el descrito son aislados, pero sí existen. Y quela población de Cuacos de Yuste está muy lejos de ser sospechosa de los radicalismos o de colaborar con ellos. Pero anacronismos como el homenaje a Rudolf Hess y otras reuniones clandestinas se suceden en el único cementerio alemán que hay en España, escenario -por lo habitual- en quietud y respetado.

EL ESPAÑOL viaja al particular camposanto cacereño. La ruta, desde Madrid, no es complicada. Hay que tomar la A-5 (camino a Badajoz) y, pasado Navalmoral de la Mata, tomar el desvío hacia PlasenciaJaraíz de la Vera… y por último, Cuacos de Yuste. Mejor ir acompañado de un GPS, puesto que la señalización no es buena. El camino huele a plantaciones de tabaco y a pimentón.

Cuacos de Yuste: 850 habitantes en un enclave privilegiado de la comarca de La Vera, corazón del turismo rural de la zona. Las casas son añejas, muchas de ellas construidas en piedra. Los visitantes llegan atraídos por el monasterio de Yuste, donde Carlos I de España y V de Alemania (1500-1558) pasó sus últimos meses de vida. También por las rutas naturales que articulan la región.

-¿Sabe dónde está el cementerio alemán?

-Camino al monasterio. Pero tenga cuidado, está mal señalizado y se lo puede pasar fácilmente.

Los cuacareños lamentan la escasez de indicaciones para alcanzar el camposanto, oculto a un kilómetro de distancia desde una carretera secundaria. A la entrada del recinto nos encontramos con una placa que da la bienvenida e invita al silencio: “Deutscher Soldatenfriedhof, Cuacos de Yuste, Cementerio Militar Alemán”.

¿Por qué en Cuacos de Yuste?

El cementerio se ubica en un enclave privilegiado, oculto entre olivos y con vistas a la sierra de Gredos. Allí se encuentran 180 cruces de granito alineadas con esmero, donde descansan 154 soldados nazis de la Segunda Guerra Mundial y 26 de la Primera. La pregunta es evidente: ¿Por qué aquí? ¿Qué hacen todos estos cuerpos enterrados en Cuacos de Yuste?

Pilar Mateos Alarcón, teniente de alcalde y concejal de Cultura del municipio, tiene la respuesta: “Aquí murió Carlos I de España y V de Alemania. Es un lugar de unión entre los dos países, que simboliza los lazos que han unido históricamente a ambas partes”, señala la edil, con actitud pedagógica. Habla entre las cruces del camposanto alemán y detalla que en cada una de ellas están inscritos los nombres de cada uno de las personas allí enterradas, así como su fecha de nacimiento y muerte. En ocho cruces, no obstante, reza la inscripción “Ein unbekannter Deutscher soldat” [“un soldado alemán desconocido”].

“¡Si no eran más que chiquillos!”, exclama una turista que visita por primera vez el lugar. Efectivamente, muchos de los soldados no tenían más que una veintena de años. La mayoría de ellos eran aviadores de la Luftwaffe -fuerza aérea con la que Hitler sembró el terror en Europa- que cayeron en nuestro país.

Johannes Böckler fue uno de ellos. Con tan solo 21 años, en abril de 1944 emprendió el vuelo desde Francia rumbo a Argelia a bordo de un avión Dornier. Un problema en el motor precipitó su caída sobre la isla de Cabrera, en Mallorca: murió al instante. Durante décadas, su cuerpo permaneció enterrado en esta isla bajo un nombre con erratas, el de Joannes Bochler. Los mallorquines aseguraron durante décadas que el fantasma del aviador del alemán vagaba por la zona, y lo bautizaron con el sobrenombre de El Lapa. «Aquí no creemos en esas cosas», puntualizan los vecinos de Cuacos con bravuconería.

Otros eran miembros de la marina del tercer Reich, soldados que viajaban a bordo de submarinos hundidos por los Aliados cuyos cuerpos llegaron hasta nuestras costas. En 1943, el submarino alemán U-77 fue hundido en Calpe por un escuadrón aéreo inglés con base en Gibraltar. Murieron 36 alemanes, dos desaparecieron y otros nueve sobrevivieron. Estaba dirigido por el comandante Otto Hartmann.

Los restos del submarino aún permanecen hundidos en las profundidades marítimas junto al Peñón de Ifach. Los marinos de la zona tienen cuidado para que sus redes no se enganchen en el sumergible; los más mayores cuentan historias de rescate, de cómo varios pesqueros recuperaron los cuerpos de los fallecidos y ayudaron a los supervivientes.

Los restos de todos estos soldados se enterraron inicialmente en puntos de toda la geografía española, cerca de donde fueron hallados. En 1975, la Comisión de Cementerios de Guerra Alemanes (Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge) se decidió a reunificar todos los cuerpos en un mismo camposanto. Para eso compró este terreno en Cuacos de Yuste de 7.000 metros cuadrados, para enterrar a los combatientes junto al lugar en el que falleció Carlos I.

De forma paralela y en los mismos años, Gabriele Marianne Poppelreuter, una joven empleada de la Embajada alemana en España, inició una labor detectivesca que se prolongó durante años. En sus manos recayó la misión de encontrar los restos de todos los soldados alemanes diseminados por España -ninguno de ellos participó en la Guerra Civil, como muchos piensan- y cotejar su ADN para acreditar su autenticidad.

El cementerio fue inaugurado el 1 de junio de 1983 en un acto al que asistieron representantes diplomáticos alemanes, autoridades españolas y familiares de los soldados caídos. Se celebró una misa siguiendo los ritos católico y protestante, que se repite anualmente el segundo domingo de noviembre, coincidiendo con el Día de Luto Nacional alemán. “Todos los vecinos del pueblo están invitados”, apunta la teniente de alcalde. Los negocios locales se frotan las manos ante el desembarco de turistas alemanes en estas fechas señaladas.

La memoria de Cuacos

El camposanto se erige como una ventana a tiempos añejos, pero también al futuro. “Las lecciones del pasado no se deben olvidar”, escribió el embajador Reinhard Silberberg en el prólogo del libro El Cementerio Militar alemán de Cuacos de Yuste, [de los autores José Carlos Violat Bordonau, Francisco Javier Verdú Burgos y Agustín Ruzafa Almodóvar] donde se recogen las historias de muchos de los soldados allí enterrados.

Esa máxima -“el que no conoce los errores de su pasado está condenado a repetirlos”- es la que impera entre los cuacareños. Domingo y Paco, 69 y 67 años, nacidos y criados en el pueblo, insisten en que “el cementerio se tiene que quedar donde está”: “Es memoria pura y aquí nadie se plantea quitarlo o quejarse de que los alemanes estén aquí enterrados”, apuntan desde un bar, caña en mano, en la plaza de España, junto al ayuntamiento.

Hablan con la autoridad de quienes viven ajenos a debates políticos, con las manos encallecidas tras décadas dedicadas al pastoreo.

-En Madrid se debate mucho sobre la ley de Memoria Histórica, no sé si aquí…

-Nada, nada. ¿Por qué habría que quitarlo? Forma parte de la Historia y a nosotros no nos molesta. Mucha gente conoce qué ocurrió con los alemanes gracias a Cuacos de Yuste. Puede que en su día algunos vecinos protestaran por el cementerio, pero ahora ya nos hemos acostumbrado.

Las reflexiones de Domingo y Paco coinciden con el trasfondo político que impera en el Ayuntamiento local, repartido entre PP y PSOE y gobernado por los azules. “No tenemos ningún problema con el cementerio -explica Pilar, la teniente de alcalde-. La gestión corresponde a la Embajada alemana en España y son muy respetuosos”.

-¿Y sabe si hay presencia de neonazis en el cementerio, de homenajes clandestinos?

-Algo he oído, pero por lo general [los radicales] vienen, hacen sus cosas y se van, sin que nosotros nos enteremos de que han estado aquí.

“Poco atendido”

Fermín Corral Sánchez, a sus 75 años, es una institución de Cuacos de Yuste. Es el vecino al que todos quieren, que ha trabajado toda su vida en la construcción y también para la comunidad que le rodea. Le conocen como el chiquitajo -rondará un metro sesenta de altura- y ahora vuelca su existencia en charlar con los que le rodean. Nadie como él para tomarle el pulso a este pueblo cacereño.

“El cementerio está poco atendido y mal cuidado”, lamenta desde la taberna La Abadía, acompañado de sus amigos Estanislao y Ramón, que asienten con la cabeza tras las afirmaciones de Fermín. “No hay nadie que explique qué es el cementerio alemán ni quiénes están ahí enterrados. Sólo hay una placa. Hace tiempo hubo un rumano que contaba alguna historia a cambio de unas monedillas… Pero ya no queda nadie”.

Ese es el pesar de los vecinos de Cuacos: la falta de información. Nadie sabe las historias enterradas bajo las cruces del cementerio. Qué llevó a esos soldados -“que no eran más que unos niños”, como dicen los turistas- a morir en nuestro país. Cuál era su rango, su batallón, su trayectoria personal. Si murieron encerrados en submarinos abatidos, si su avión cayó por problemas técnicos…

“Pero es que en la Embajada alemana no quieren que haya nadie”, advierte Pilar, la concejal. “Sólo hay un vecino del pueblo contratado, que cuida y adecenta el cementerio, pero nadie para explicar o hacer algún tipo de guía”.

Más peligroso que esa falta de información son, para los vecinos de Cuacos, los homenajes clandestinos como el que tuvo lugar en la noche del 25 de agosto de 2012, donde un grupo de neonazis rindió homenaje a Rudolf Hess. De forma anónima -prefiere no decir su nombre “para no meterse en líos políticos”-, un cuacareño afirma que “todos en el pueblo saben quiénes son los que vienen y qué es lo que hacen, pero es imposible impedirlo”: “Sin duda hace falta más control para evitar que se vuelva a repetir”.

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