El doloroso recuerdo de un campo nazi transformado en viviendas tras la guerra

| 28 abril, 2020

INFOBAE.- Aún recuerda el número del barracón donde vivía con su familia, el 31 C. Y el que albergaba a su escuela, el 33, o el de un bar abierto en una antigua torre de vigía.

Jean Böhme, de 73 años hoy, pasó justo después del fin de la II Guerra mundial parte de su infancia en el antiguo campo de concentración de Dachau, de cuya liberación se cumple este miércoles el 75 aniversario.

Se trata de una página desconocida, pero bien real, de la historia de algunos campos nazis en la inmediata post-guerra. Los siniestros barracones siguieron siendo utilizados por las fuerzas aliadas, o más tarde por la nueva Alemania federal, como cuarteles o viviendas, a falta alojamientos en otras partes.

«Debía tener unos cinco años» cuenta a la AFP este hombre voluble y cálido.

A principios de los años  1950, su padre, soldado alemán basado en Francia durante la guerra y que regresa al país tras la derrota, propone a su madre francesa –que se quedó en Francia– venir a vivir a Dachau con sus dos hijos, Jean y su hermano.

«Al llegar ¡qué impresión para mi madre! Se dio cuenta de que iba a vivir en un antiguo campo de concentración» recuerda Jean Böhme.

– Alemanes expulsados –

En la Alemania de postguerra, donde varias ciudades han sido devastadas, faltan las viviendas, sobre todo para los más pobres.

El antiguo campo de Dachau, construido  en 1933 y modelo para los demás campos de Europa, es usado con ese fin por el gobierno de Baviera, región donde se halla enclavado.

Esas precarias viviendas acogen principalmente a alemanes expulsados del Este de Europa tras la derrota del III Reich, pero también para casos particulares como el de la familia de Jean.

Según el centro de documentación de Dachau, unas 2.300 personas vivieron ahí entre 1948 y 1965.

Una vez instalados, los Böhme casi nunca salen del antiguo campo que funciona de forma autártica. «Había una escuela, una panadería, una tienda, un bar, una curtidora para dar trabajo a la gente, un médico, una iglesia católica y un templo protestante. ¡Incluso había un prostíbulo!» enumera Jean.

Jean y su hermano detestan la escuela y pasan largas horas jugando con otros niños refugiados» recuerda.

En una foto que conserva cuidadosamente, se lo ve niño, con una tímida sonrisa dibujada en sus labios, con un perro al lado. Detrás, ropa a secar, colgada en hileras dispuestas entre dos barracones.

En otra foto, aparece sentado junto a un árbol de Navidad. «Seguramente mi primera Navidad en Alemania», dice.

– «Felices de irnos» –

La familia pasaría en el antiguo campo de concentración tres años. «Estábamos felices de irnos» dice Jean. Ello no le impidió sin embargo vivir luego mucho tiempo en la ciudad de Dachau.

«En cuanto recibía a visitantes, los levaba al campo. Era algo inevitable» asegura. «Quería que vieran lo que había ocurrido, de lo que este país había sido capaz de hacer».

Jean piensa a menudo en su particular infancia, sobre todo cuando lee artículos sobre los refugiados llegados recientemente a Alemania, con «el mismo pasado».

«Cuando hay que vivir en la promiscuidad, cuando hay poco espacio, necesariamente hay conflictos. Era el caso en Dachau y sigue siendo el caso en los centros de refugiados de ahora» comenta Jean Böhme.

«Los barracones han sido destruidos, ya no queda casi nada» de su antigua vivienda, constata.

Pero, en cambio, los recuerdos siguen ahí, imborrables, igual que los traumatismos. «Mi madre jamás pudo recuperarse de esa experiencia. Nunca fue feliz aquí. Hasta su muerte, es algo que la ha atormentado».

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