Duro informe de Médicos Sin Fronteras sobre las residencias: “Golpeaban las puertas y suplicaban por salir”

| 18 agosto, 2020

La ONG expone las situaciones “inhumanas” que se vivieron en 486 centros durante los primeros meses de pandemia y recoge escalofriantes testimonios de los trabajadores

MARÍA SOSA TROYA. EL PAÍS.- Médicos Sin Fronteras (MSF) advierte de que el riesgo de que los mayores que viven en residencias se infecten no ha remitido. En un informe publicado este martes recoge su experiencia durante los primeros meses de pandemia en 486 centros, fundamentalmente de seis comunidades autónomas, aunque con intervenciones puntuales hasta en 10. Concluye que los geriátricos, que son centros sociales, no sanitarios, no estaban preparados para la epidemia. Critica que la “descoordinación institucional y la falta de liderazgo” de las Administraciones olvidaron a los mayores: “Falló la efectiva asistencia desde el sistema de salud”. Sostiene que “mantener a los enfermos en espacios cerrados y sin atención médica adecuada multiplicó los contagios, aceleró la mortalidad y produjo situaciones indignas e inhumanas” y critica el “férreo” aislamiento al que se vieron sometidos los residentes. MSF indica además que “el alto índice de mortalidad” en las residencias revela que “buena parte de las dificultades estuvieron ligadas a las deficiencias estructurales, así como a la precariedad laboral y a recortes en el sector”.

El dato oficial no ha sido aún publicado, pero el Ministerio de Sanidad cifraba en un informe interno en unos 19.000 los mayores que murieron por covid durante los primeros meses de la pandemia en centros sociosanitarios. La ONG intervino en estos centros en lo más duro de la crisis. Les dio apoyo en el diseño de protocolos de sectorización (para separar a los contagiados y sus contactos del resto) o el uso de equipos de protección individual, constató que “no se priorizaron las derivaciones hospitalarias” y que los centros “se vieron obligados a dar unos cuidados para los que, a pesar de su buena voluntad, no estaban preparados”. Ximena Di Lollo, responsable de la respuesta en residencias de MSF, apunta que la falta de formación para usar los equipos de protección individual, así como la tardanza y la escasez con que llegaron, fue “una de las grandes fallas” de entonces. La ONG habla de “graves problemas” en el modelo de gestión y coordinación entre las empresas gestoras y las autoridades, lo que derivó en el “abandono” de los mayores y la “desprotección” del personal que los cuidaba y señala que las “bajas laborales no eran sustituidas al ritmo y en ratio adecuados”. El documento recoge además testimonios que reflejan la angustia vivida en los centros más golpeados por la pandemia. Estos son algunos fragmentos:

“No le inyecté la sedación y acabó recuperándose”

Natalia dirige una residencia privada y pequeña. Según recoge el informe, se echa a llorar mientras cuenta su experiencia: “Un día llegó el equipo de cuidados paliativos que enviaban desde sanidad y le pusieron la primera inyección de sedación a una de las residentes que estaba muy grave y no habíamos podido referir al hospital. Antes de irse, dejaron otras dos inyecciones cargadas para que se las pusiera yo en función de unos plazos que me indicaron. Yo miraba las inyecciones y sabía que yo no podría hacer eso, por muy sencillo que dijeran que era. No era por la inyección en sí, sino por lo que significaba. A mí nadie me ha preparado para una situación como esa y mucho menos para que sea yo quien lo haga. Nunca le puse las inyecciones y el caso es que Ana se acabó recuperando y todavía la tenemos aquí con nosotros. Es muy mayor y está muy débil, pero ahí sigue. Hemos tenido otros casos que fueron sedados por el equipo de cuidados paliativos para evitarles el sufrimiento; quizás fueron muchos, ahora ya no lo sabremos. Pero esto de que nos dejaran a nosotros la responsabilidad de hacerlo es algo que nunca hubiera podido superar”.

“Golpeaban las puertas y suplicaban por salir”

Andrés, un jefe de bomberos que dirigió labores de desinfección con MSF, relataba el alivio en los centros cuando les explicaba que las labores de limpieza en paredes, suelos o camas la realizaban ellos: “Pero persistía el miedo a mover a las personas, con todas sus pertenencias, de un lugar a otro, para crear zonas limpias [sin positivos] y sucias [con personas con coronavirus]. Preferían muchas veces que los mayores, mientras no hubiese resultados fiables de las pruebas, quedasen encerrados en sus habitaciones, en lugar de reagruparlos en zonas, por miedo a perder el control y que todo el edificio se viese así contaminado. El resultado era espantoso: una sucesión de puertas cerradas, en ocasiones con llave, y personas golpeando y suplicando por salir. Un horror”.

Una residente aislada en la habitación “dejó de comer y se murió”

Carmen, directora de una pequeña residencia familiar, explica sobre el confinamiento en los cuartos: “Enseguida vimos que había residentes que no iban a poder soportarlo. Eugenia, por ejemplo, dejó de comer y de moverse; se pasaba las horas mirando por la ventana. Había otros residentes que se quejaban y trataban de salir de los cuartos, y la verdad es que ha sido muy doloroso tener que mantenerlos encerrados. En el caso de Eugenia, yo tenía miedo de que se dejase morir y empecé a sacarla cada día un rato, para ver si recuperaba las ganas. Y empezó a comer, empezó a ir a mejor, hasta que un día vinieron los de atención primaria justo cuando la teníamos fuera, y me dijeron que era una inconsciente y estaba poniendo en peligro a todo el mundo. No me quedó otro remedio que devolverla a la habitación; me hicieron sentir muy mal. Ella dejó de comer otra vez y a los pocos días se murió. Yo no digo que no se fuese a morir igualmente, pero tengo claro que no quiso pasar por esto. Cuando volvió el equipo de primaria y les dije que se había muerto por encerrarla de nuevo, me dijeron: ‘No nos digas eso’. Se quedaron bastante tocados. Nos ha pasado a todos lo mismo. Nos entró tanto miedo con el virus que no hemos pensado en otra cosa que en aislar al máximo, sin pensar en lo que esto significaba para ellos”.

“La ambulancia no venía y fallecían”

Luisa, trabajadora social de una residencia a la que MSF visitó en cuatro ocasiones: “Llamabas al hospital de referencia y te decían: ‘Lo siento, hoy solo podemos admitir a una persona de residencias, elijan ustedes’. Aun así, la ambulancia no venía a recogerla y fallecían en las pocas horas o días”.

“Llevo dos días empalmando turno, ya no puedo más”

Magdalena es enfermera y es la responsable de una pequeña residencia rural: “Llevo dos días empalmando turno, porque no hay nadie más que pueda atender a los residentes que no me dejan enviar al hospital, y ya no puedo más. Ayer se murió uno y esta noche se morirá otro si no me quedo, pero tengo que descansar para poder seguir gestionando todo esto: la mitad de la plantilla está de baja, los familiares llaman sin descanso y hay un montón de protocolos por implementar. Aquí es muy difícil contratar personal sanitario, nadie quiere venir a trabajar a un sitio tan apartado. Conseguí que me echara una mano otra amiga enfermera, pero el hospital ha reclamado a todos los que estaban en las bolsas de trabajo y me he vuelto a quedar sola. El alcalde está buscando, pero ya te digo que solo encontrará gente y voluntarios para temas de limpieza, nada para los cuidados sanitarios. Yo he llamado a toda la provincia. En el hospital han montado un equipo covid para las residencias, pero son tres personas y por aquí no han pasado. Tampoco creo que vayan a hacer gran cosa; imagino que, como en esta residencia, se van a encontrar muchos casos y no van a prescribir derivaciones, pero al menos me podrían guiar con los tratamientos y procedimientos. Me quedaré esta noche, cómo no, y las que hagan falta. Al fin y al cabo, soy enfermera, esto es vocacional, y más aún cuando trabajas con gente mayor. Pero aquí sola no puedo hacer mucho. Aunque me quede, se seguirán muriendo”.

SOLUCIONES ANTE LOS REBROTES

Médicos Sin Fronteras urge en su informe a disponer de planes de contingencia fácilmente adaptables a las residencias (los centros ya están obligados a disponer de uno). En sus conclusiones, insta a mejorar el sistema de recogida de datos, a dar una “mayor atención presupuestaria y formativa” y a que los centros dispongan de reservas estratégicas de equipos de protección individual. Hace especial hincapié en la necesidad de lograr un “equilibrio entre el aislamiento, la cuarentena y la convivencia” de los mayores en los centros, que en la primera oleada sufrieron “férreas medidas de aislamiento, a veces indiscriminadas”, lo que acarreó consecuencias graves para los mayores. Y llama a que haya una “cierta flexibilidad en la ocupación de los mismos”, para poder zonificarlos cuando sea necesario. Dado que una de las principales deficiencias que la organización encontró en los geriátricos fue la deficiente capacidad en la prevención y control de infecciones, considera recomendable crear en cada centro la figura de un responsable en esta materia.

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