¡Don no es doña!

| 9 junio, 2018

09/06/2018 La Voz de Galicia.- Últimamente solo se casan los gais. Claro que la estadística desmiente esta impresión pero levanto la vista y yo es lo que veo. Mientras muchas parejas heterosexuales prescinden de un trámite cargado de matices negativos, los chicos (y las chicas) siguen encontrando en el matrimonio un toque de subversión, como si en ese sí quiero hubiese un desquite público tras siglos de injusticias y persecuciones. Es una emoción contagiosa que transforma los enlaces entre personas del mismo sexo en una celebración libertaria que es muy pegadiza. Son uniones con carga semántica que quiebran una tendencia imparable: en el conjunto, el número de matrimonios ha caído en España un 56% desde 1965 mientras la tramitación de divorcios, superado el everest de la crisis, alcanzó cifras récord en el 2014.

Fue el 3 de julio del año 2005 cuando el instinto de Zapatero convirtió a España en el tercer país del mundo que concedía a los homosexuales los mismos derechos civiles que a los heteros, un motivo de orgullo (no solo gay) que, por cierto, trató de obstaculizar el PP con un recurso en el Tribunal Constitucional que acabó decayendo por sentido común. Fue uno de los pocos momentos en los que la política fue por delante de la sociedad, uno de esos instantes en los que la ley ayudó a normalizar un tabú, una iniciativa inspiradora que desdibujó algunos de los tópicos de la España del sur, catolicona y sombría. Las mantillas negras se metieron en los armarios y de sus estanterías salieron marabúes multicolores. Los novios se sentaron a la mesa en la comida del domingo, con miles de padres y madres que aceptaron con naturalidad lo que en realidad ya sabían. Aparecieron jueces, médicos y abogados, cajeros del Gadis y taxistas que se casaban los viernes con la tranquilidad que durante siglos les había sido negada. Futbolistas, no, pero bueno. En fin, un gustazo que nos reconfortó, con la falta que nos hacen motivos de satisfacción colectiva.

Hoy el matrimonio igualitario es legal en 25 países. A los diez años de la aprobación de la ley, 32.000 parejas gais habían pasado por el registro. Ha habido tiempo para que la pegajosa burocracia se adaptara. Para imprimir formularios y actualizar registros… O eso suponíamos. Porque en instituciones como en el Registro civil de A Coruña, que entre otras cosas da fe de nuestra identidad, se siguen distribuyendo impresos como el que acompaña estas líneas: don se casa con doña (por ese orden, of course), aunque don se llame Javier y doña, Diego. Un documento oficial, un trámite imprescindible para que dos personas se casen, que miente sobre el género de una de ellas y que indica que quedan muchas plumas por enseñar.

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