Delata a tu cerdo

| 11 enero, 2018

ANITA BOTWIN. CTXT.- El manifiesto firmado en el diario Le Monde  por un centenar de intelectuales y artistas entre las que se encuentra Catherine Deneuve ha causado revuelo, y no es para menos. Las firmantes denuncian el supuesto  “puritanismo” y las “acusaciones y delaciones públicas” a hombres iniciadas tras el escándalo Weinstein con la campaña en las redes sociales de #MeToo –en francés #Balancetonporc “Delata a tu cerdo”.

Estas cien artistas e intelectuales francesas atacan a este movimiento tachándolo de «puritanismo sexual”. Este mismo calificativo proviene del machismo que vincula a las feministas con insatisfechas sexuales, amargadas y exageradas. No compremos un mensaje que viene desde quienes siguen interesados en que nada de esto cambie. Como explica la periodista y feminista Ana I. Bernal Triviño, “hay que ignorar la historia para vendernos de puritanas cuando fue el feminismo radical el que puso sobre la mesa el debate sobre nuestro placer o el clítoris, cuando miles de mujeres confesaban que no habían sentido un orgasmo en su vida”.

Las firmantes hablan de la «libertad de importunar» de los hombres, que consideran «indispensable para la libertad sexual». Pues miren, no. Creo que a nadie le agrada que le importunen. Nadie ha discutido sobre el flirteo y el halago sanos y respetuosos. No creo que las mujeres que iban de negro en los Globos de Oro –todas, menos un par de ellas– no hayan flirteado o no les guste que su pareja o alguien que les atraiga le halague, mime o piropee. No se trata de eso. No han entendido nada. Las mujeres que reivindicamos nuestro derecho a no ser molestadas, acosadas, perseguidas a altas horas de la madrugada o violadas y asesinadas en los peores casos, no somos contrarias a la libertad sexual. Es más, precisamente eso es lo que se reivindica, que exista una libertad por nuestra parte también y que si decidimos declinar la oferta y decir NO, se respete nuestra decisión sin más. No se puede mezclar en ningún caso un acto de seducción basado en el respeto y el placer con un acto violento. El manifiesto además prima y premia el papel de conquistador y deja a la mujer el de sumisa.

«No nos sentimos representadas por ese feminismo que, más allá de la denuncia de los abusos de poder, adquiere el rostro de un odio a los hombres y su sexualidad», afirman. Aquí nadie está odiando a los hombres. Es precisamente esa trampa y esa artimaña una de las más usadas para derribar y deslegitimar nuestra lucha. Los hombres también, y en otra medida, son víctimas del machismo. Las mujeres lo que pedimos es igualdad y que se nos trate con respeto. No puedo hablar en nombre de todas las mujeres ni de todas las feministas, pero sí del movimiento en su conjunto desde una perspectiva teórica y práctica y puedo asegurar que esto no trata del odio al hombre, igual que el Movimiento de los Derechos Civiles en Estados Unidos no tenía que ver con el odio al blanco.

Creo que es tan sencillo entender este concepto, que quien no quiere incorporarlo es porque sencillamente forma parte del bando de los privilegiados y quiere seguir manteniendo su poder para seguir usando a las mujeres a su antojo.

Seguro que muchas de vosotras habéis sentido una mirada insistente como de perro esperando a ser premiado con una salchicha. Esa mirada que pesa, que agota y a la que no sabes cómo responder. Las mujeres hemos tenido que buscar estrategias para zafarnos del acoso. Cada vez escucho a más padres contando que sus hijas van a cursos de defensa personal, en cualquier barrio. La preocupación por el acoso a las mujeres es más que evidente.

Es una lástima que haya mujeres que cuestionan la lucha de otras de este modo, sin ningún tipo de crítica constructiva, sino mirando por encima del hombro con desdén. Es una lástima que mientras al otro lado del charco hayan sido capaces de convertir una gala en una reivindicación de los derechos de las mujeres, en el país vecino se haya entendido como una oda al celibato. Este manifiesto no hace más que justificar y permitir a los agresores que continúen con sus actos.

Ya lo dijo Simone de Beauvoir –de quien esta semana se conmemoraban 110 años de su nacimiento–: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”.

Por supuesto que existen opresiones de las que es casi imposible salir. Pero son precisamente las mujeres blancas y con privilegios como Catherine Deneuve las que hacen un flaco favor a quienes no pueden romper con la opresión patriarcal.

 

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