«Cuando las payas estaban en casa cuidando de sus hijos, la mujer gitana ya trabajaba fuera»

| 5 enero, 2018

El programa ‘Palabra de gitano’, que abundaba en todos los tópicos negativos de la cultura calé, ha generado un nuevo activismo que muestra otros modelos de ser mujer y de ser gitana. «Hacen falta muchos recursos para luchar contra 600 años de antigitanismo en España», afirman las portavoces de una sensibilidad ignorada por los medios y las redes sociales

TERESA LÓPEZ PAVÓN. EL MUNDO.- Cuando se habla de la mujer gitana en un medio de comunicación con frecuencia es para ligar los términos a un montón de lugares comunes con los que se apuntalan los propios prejuicios. En el mejor de los casos: artista, matriarca, embaucadora, comerciante; y, en el peor: delincuente, celosa, machista, analfabeta o víctima de violencia de género y exclusión social. Ésta que les escribe, cuando se planteó este reportaje, casi de forma automática pensó en buscar referentes de mujeres gitanas en El Vacie (uno de los asentamientos chabolistas más antiguos de Europa) o las Tres Mil Viviendas, una de las barriadas más deprimidas de Sevilla. Pero, ¿por qué no buscarlas en la universidad o en un despacho de abogados o en cualquier oficina de la mastodóntica administración pública? ¿Acaso no las hay allí?

«Haberlas, haylas, como se dice de las meigas en Galicia», explica Consoli Vaquero, gitana, abogada, y miembro de la Federación de Mujeres Gitanas Fakali. «Pero no es fácil encontrarlas. ¿Y sabes por qué? Porque en el formulario de matrícula de la facultad no se pregunta a qué etnia perteneces».

Tampoco cuando haces una oposición. Sería inconstitucional. Pero eso impide tener datos fiables sobre la población gitana que hay en las aulas de una universidad, en el cuerpo de profesores de la enseñanza pública o entre el personal sanitario de un hospital, por ejemplo. Los datos que se manejan son sólo extrapolaciones -no es fácil hallar estadísticas- pero desde las asociaciones gitanas se habla de que uno de cada 100 gitanos es universitario. Y el 80% es mujer.

En España, el gitano sigue siendo el grupo étnico más rechazado socialmente y estereotipado. Cada año, el Barómetro del Centro Investigación Sociológica (CIS) repite un dato revelador: en torno a un 40% de la población reconoce que le molestaría mucho o bastante que sus vecinos fueran gitanos. Y una de cada cuatro personas prefiere que sus hijos no vayan al colegio con niños y niñas gitanos, según datos citados por el Protocolo contra el Antigitanismo.

Así las cosas, el gitano o gitana que vive fuera de la exclusión social y se integra en un ambiente normalizado -expresión que genera mucho rechazo entre los colectivos gitanos- acaba siendo invisible, lo que redunda en el reforzamiento del estereotipo: si no hay otros referentes visibles positivos, se seguirá pensando que la mujer gitana es sólo la que vive en El Vacie o trabaja en el mercadillo.

En el fortalecimiento de los estereotipos, los medios de comunicación de masas (a los que se han sumado en la última década las redes sociales) son una herramienta definitiva. No sólo por el uso frecuente -incluso inconsciente- de expresiones con alto contenido racista. Sino por el simple de hecho de remarcar la etnia de un presunto delincuente o víctima sólo si éste es de etnia gitana, como si por sí mismo fuera un agravante, un atenuante o incluso una circunstancia añadida que ayuda a explicar lo ocurrido.

«¿Era José Bretón, el asesino de sus dos hijos pequeños, gitano?» No. «¿Alguien lo subrayó en las miles y miles de horas de televisión y páginas de periódico a que dio lugar su crimen?» Definitivamente no. Sencillamente nadie se preguntó por su etnia. «¿Y si hubiera sido gitano?». Pues, probablemente, se habría considerado un dato relevante y se habría destacado en todas las crónicas, con la coartada de que aportaba una realidad destacable del perfil del asesino. «Cuando realmente no aporta nada», subraya Consoli.

En julio de 2014, una sucesión de altercados sacude el municipio sevillano de Estepa. La noticia irrumpe en los medios de comunicación cuando un grupo de vecinos asalta y quema las viviendas de varias familias gitanas a las que acusan de una oleada de robos. Los hechos más graves (la quema de viviendas) sitúan a los gitanos del denominado clan de Los Chorizos como objeto de una reacción racista sin precedentes en la zona. Hubo dos detenciones por los robos frente a 14 detenciones por el asalto y la quema de las viviendas. Y, sin embargo, nadie habló del clan de los racistas, sino que la carga peyorativa de la información se la llevó la familia gitana.

«Cuando se utiliza el término clan ya se le está dando una connotación delictiva. Y, lo que es peor, esa connotación se hace extensiva a todos los miembros del entorno familiar, cosa que sería impensable si habláramos de delincuentes o presuntos delincuentes no gitanos. ¿Te imaginas decir del clan de los Bretón?», se pregunta Consoli.

En el Pacto contra el Antigitanismo. Protocolo de Actuación, publicado por FAKALI, se asegura que «los grandes productores de información saben que el público consume prioritariamente la información simplista, directa y fácil de digerir. Asimismo, este público prefiere asimilar información que le resulte familiar, que refuerce las estructuras mentales que posee, pues todo individuo se siente vulnerable cuando se desmarca de la opinión de la mayoría». Hablar mal del gitano se convierte así en una rutina que no da problemas porque no va en contra de la opinión admitida por la mayoría.

Para Fakali, el ejemplo más alarmante de ese fenómeno se dio con la emisión en la cadena de televisión Cuatro del programa Palabra de gitano, cuyo primer capítulo se pudo ver el 10 de febrero de 2012. La reacción de la Asociación Andaluza de Mujeres Gitanas Universitarias (Amuradi) fue inmediata, rechazando la imagen que aquel producto daba de la realidad gitana por ser «irreal, sesgada, humillante y morbosa«. El capítulo de aquella serie titulado Fiesta fue visto por 2.391.000 personas, con un 11% de audiencia. Tan rentable resultó la serie que Mediaset sacó posteriormente una secuela en la misma línea: Los Gipsy Kings. El proceso de generalización en un colectivo estigmatizado se da cuando «lo que hace o dice una persona gitana a nivel particular se extiende y se hace atribuible al resto de la comunidad». Las familias retratadas en este programa estaban todas «vinculadas a la fama, el dinero, el mercadillo y el flamenco«, afirma Fakali.

Saray Borja vive en Bilbao. Nació y se crió en Basauri. Es educadora social, graduada por la UNED. Se define como gitana, feminista e independentista: «No hay una sola manera de ser mujer, ni de ser gitana, ni de ser feminista». Es un referente en el activismo contra el antigitanismo a título individual. No cree en el modelo asociativo gitano actual pero colabora con quien se lo pide para enseñar el manejo de las redes sociales en la batalla diaria contra el racismo y el discurso del odio, y para la digital no se convierta en una nueva brecha social.

Si un efecto positivo tuvo el serial Palabra de gitano fue que, por primera vez, algunos medios de comunicación se hicieron eco de la existencia de la asociación que llevaba por nombre Mujeres gitanas universitarias, aglutinando en un mismo sintagma conceptos que rara vez se habían ofrecido juntos.

Desde Fakali y desde Amuradi se da impulso cada día a esa revolución de las mujeres gitanas invisibles, las que pasan inadvertidas porque no responden a ninguno de los estereotipos que se asocian a la mujer gitana.

La mencionada Consoli Vaquero es una de ellas. Sevillana de una familia gitana del barrio de La Corza, estudió primero Trabajo Social y luego Derecho. Y tiene un máster en Asesoría Jurídica y otro sobre Diplomacia, Relaciones Internacionales y Comercio Exterior.

Y también Beatriz Carrillo, trabajadora social y antropóloga. Y, desde el pasado mes de septiembre, la persona que ocupa el puesto de máxima representación institucional del pueblo gitano en España -tradicionalmente representado por hombres-, tras ser elegida vicepresidenta del Consejo Estatal del Pueblo Gitano, un organismo mixto que preside el secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad y desde el que exige ser escuchada en los debates y formar parte de la toma de decisiones. ¿Por ejemplo? En la próxima reforma constitucional, si es que se produce, para que no ocurra como con la reforma educativa, «que se hizo sin contar con una voz representativa del pueblo gitano».

También para estar en los consejos audiovisuales: «Todos los referentes del mundo gitano en las series o los programas de entretenimiento responden al mismo patrón», recuerda María Filigrana, psicóloga, con un máster en Intervención social. Gitana de Triana, «el barrio donde la integración ha sido posible desde muchas generaciones atrás», recuerda. «Mi abuelo trabajó en la Renfe y mi abuela era una gitana de la cava». Su hermana estudió Derecho.

En Fakali están acostumbrados a que se les llame desde las televisiones cuando se necesita documentar o ilustrar una historia vinculada al pueblo gitano. «Estamos cansados de que siempre se nos pida lo mismo: una boda gitana, con una familia de muchos hermanos y el rito del pañuelo. Y no estamos para eso. De nosotras se espera que nos hagan un ‘bombo’ con 15 años y que nos casemos. Pero nuestras familias no nos han criado así. No es mi caso ni el de muchas gitanas que conozco».

 

En la serie ‘Mar de plástico’ salía una gitana guardia civil. Ese personaje sí rompe un poco el estereotipo, ¿no?
«Sí, pero igualmente era un personaje repudiado por su familia precisamente por salirse de los esquemas. Y lo que nosotros reivindicamos es que son muchas las familias gitanas que quieren que sus hijos y sus hijas estudien y decidan libremente lo que quieren hacer en su vida», añade María.

Hay algunas experiencias positivas, sin embargo: el programa Gente maravillosa, de Canal Sur, dedicó un capítulo a analizar, mediante cámara oculta, la reacción de la gente frente a diferentes provocaciones racistas. También Pilar Távora y su serie Gitanos andaluces es un referente en el discurso contra los estereotipos.

600 años de antigitanismo en España

Sandra Heredia es cordobesa. Tiene 32 años. «Estoy soltera y comparto piso», afirma remarcando esa circunstancia personal como demostración de que su vida no es muy diferente de la de otras mujeres de su generación. Sandra estudió Empresariales y Turismo. En su familia hubo anticuarios y plateros y también un abuelo que durante unos años fue policía local. Trabajó en un hotel y en varios programas de inserción laboral. Hizo un máster de Sociología y Ciencias Políticas y otro de Estudios de Género y, actualmente, prepara un doctorado sobre el antigitanismo. Es la responsable en Fakali de las relaciones con organizaciones internacionales.

Para Sandra, el feminismo o la sororidad forman parte desde hace mucho tiempo del discurso de la mujer gitana. «Esta actitud ante la vida no nos la hemos inventado nosotras, viene de muy atrás. Si acaso nosotras nos hemos empeñado en darle más visibilidad», apunta.

«La mujer gitana trabaja fuera de casa desde hace muchas generaciones, cuando las payas estaban en sus casas cuidando de sus hijos y sus maridos«, apunta Consoli.

Virgina Heredia es diputada en el Congreso por el Partido Popular y concejal en Écija (Sevilla). Es la única parlamentaria gitana en la actualidad. Sólo un hombre gitano había llegado antes al Congreso, Juan de Dios Ramírez Heredia, primero desde las filas de la UCD y después con el Partido Socialista.

Virginia es cuarterona mezclada [de padre mestizo y madre paya]. «El que era gitano-gitano era mi abuelo», subraya. Ella primero estudió Relaciones Laborales y luego se sacó el grado en Ciencias del Trabajo. Trabajó 10 años de camarera para pagarse sus estudios. Sobrina del Tobalo el de la burra, un personaje muy popular en Écija, y descendiente de tratantes de ganado. En el Congreso de los Diputados es portavoz de Infancia.

María Rubia nació y se crio en Sant Boi del Llobregat. «Quizás mis rasgos nunca me identificarían con el prototipo de mujer gitana. Pero en el colegio siempre fui María la gitana porque la mía era prácticamente la única familia gitana que había en el barrio. Estuvo 15 años trabajando como mediadora social y forma parte desde hace cuatro del Consejo Municipal del Pueblo Gitano de Barcelona. En julio asumió su vicepresidencia: «El racismo nos sale muy caro», afirma, como si no fuera suficiente con los argumentos al uso para defender políticas inclusivas. «Hacen falta muchos recursos, muchas estructuras, mucho activismo y muchos programas para luchar contra un antigitanismo que, en España, tiene 600 años«. «Es curioso que los planes interculturales se hayan activado a raíz de la llegada masiva de inmigración extranjera. Pero los gitanos llevamos aquí 600 años y la única integración que se nos ha propuesto ha sido siempre la de la asimilación, la de la eliminación de nuestras señas culturales».

Los promotores escolares de la Fundación Pere Closa o la red de agentes antirrumores contra el antigitanismo de Barcelona trabajan para separar el grano de la paja en el imaginario colectivo. «Porque no es cierto que cuando un niño gitano no va a la escuela sea por una cuestión cultural, ni es cultural el autoempleo. Ambas cosas son el resultado de generaciones y generaciones de exclusión y de antigitanismo».

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