Cuando la discriminación se amplifica por ser mujer lesbiana, trans o bi

, | 4 marzo, 2020

OLIVIA ALONSO. EFE / ELDIARIO.ES.- Ser lesbiana de avanzada edad, con una discapacidad o migrante, así como ser trans y gitana multiplican las discriminaciones que estas mujeres LTB sufren día a día, ya que, además de al machismo y a la misoginia, están expuestas a la lesbofobia, transfobia y bifobia.

Por ello, las mujeres LTB quieren aprovechar este 8 de marzo para, bajo el lema «Juntas contra el patriarcado», visibilizar su situación, aprovechando que en este 2020 son las protagonistas del año temático que la Federación de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (Felgtb) dedica a la «Sororidad y el feminismo».

«He tenido una doble discriminación por ser trans y encima gitana», explica a Efe Miryam Amaya Jiménez, quien incide en los problemas que tienen las mujeres como ella para conseguir trabajo.

Lamenta que se les haya «puesto el sello de que solo servimos para el mundo artístico o la prostitución» y asegura que la sociedad no está preparada para aceptar a las mujeres trans, a pesar de que tengan una gran preparación.

Ella estudió Dibujo Lineal, pero nunca trabajó en ello. En ocasiones ha sido cocinera porque «no te ve nadie», ya que «el problema es estar frente al público», comenta e insiste en que a un 85 % de las mujeres trans les es imposible tener un trabajo digno y remunerado, con el que recibir una pensión y garantizarse una buena vejez.

Dice que por este motivo muchas trans se vean abocadas a las prostitución que «te impone la misma sociedad» y agradece haber tenido una familia «del siglo XXV y muy adelantada para su época», que le dio una gran seguridad en sí misma para atreverse a salir a la calle a pedir trabajo.

Es consciente de que sus apellidos gitanos «han generado más rechazo», como cuando en las «comisarías de Franco», le decían si no le daba vergüenza «ser gitano y maricón, que era la palabra que se usaba para todo el colectivo».

El machismo y la lesbofobia obligaron a la salvadoreña Johany a huir de su país junto a su pareja ante el acoso de las maras, que están detrás de la mayoría de asesinatos de mujeres trans y lesbianas; unido a la negativa de su familia a aceptar la relación que mantenía desde hacía 8 años con una mujer.

Recién entradas en la treintena, una tía «con la mentalidad más abierta» y residente en Madrid las animó a dejar el Salvador para «llevar la relación de una manera más libre».

Durante sus primeros meses en España, siguieron viviendo con temor y no se atrevían a caminar cogidas de la mano, recuerda Johany, quien precisa que la «mayor homofobia aquí la hemos sufrido de nuestros propios paisanos».

«Centroamérica se tiene que actualizar mucho», recalca, y, a pesar de que reconoce que ha mejorado, define como «cortante» la relación que mantiene con su madre, «una mujer muy religiosa que dice que Dios creó a la mujer para tener un hombre y formar una familia».

También sufre una discriminación específica e interseccional, Mónica Rodríguez Varela, por sus tres identidades: «Por ser mujer, por ser sorda y por ser lesbiana», a la que añade también «la de usuaria de la lengua de signos».

Denuncia que «la historia nos ha silenciado porque no podemos expresarnos» y critica que se crea que las personas sordas «no tienen ni apetito ni orientación sexual», lo que viene dado por «el paternalismo social».

Consejera de la Confederación Nacional de Sordos de España CSNE), Mónica Rodríguez lamenta la falta de espacios feministas para las mujeres sordas, en los que hacer «una práctica real», así como critica el difícil acceso a jornadas y talleres Lgtbi, porque «perece que se piensa que al tener discapacidad, lo demás ya no importa».

A punto de llegar cumplir 70 años, Charo Martín, rememora que hasta los 90 vivió su lesbianismo en la ocultación y centrándose en estudiar y trabajar para tener independencia económica.

«Con la ocultación no vives a gusto», reconoce Martín, quien aun recuerda «cómo te partían el cuerpo» los comentarios jocosos o «sugerencias sobre si querías unas tortillitas al entrar en una cafetería».

Asegura que ha tenido la suerte de «tener fortaleza mental» y apoyo de los amigos para sobrellevar la situación y «salvar los escollos como mejor pude de ser discriminada por mujer y lesbiana», aunque a los 42 años comenzó a hacer terapia porque «empezó a tener bajones».

«Al llegar a una cierta madurez, te das cuenta de que tienes que hacer un trabajo emocional interno» y, a pesar de que asegura que la sociedad ha avanzado mucho dice que no se atrevería a decir que se ha acabado con la discriminación a la mujer y a los lgtbi».

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