Crímenes impunes: gallegos en el holocausto y la responsabilidad franquista

| 10 mayo, 2020

Las cifras que dio el BOE en 2019 están desactualizadas. Hubo más de 9.300 presos republicanos en los campos de exterminio nazi y no 4.500. Cuatro familiares de deportados cuentan su historia para entender por qué sus casos se han sumado a la querella argentina iniciada en 2010

RAÚL NOVOA GONZÁLEZ. EL SALTO.- En agosto de 2019 se publicó en el BOE un reconocimiento a casi 4.500 españoles —109 gallegos— que habían sido deportados a los campos de concentración nazis. Por el contrario, siguiendo lo señalado por los miembros de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), el BOE “recogió la investigación de Benito Bermejo y Sandra Checa en su memorial publicado en 2006 y cuenta con actualizaciones no recogidas”. 

Según los investigadores, hay más de 9.300 deportados españoles, de los que 200 son de origen gallego. Esta semana se cumplió el 75 aniversario de la liberación del campo de  Mauthausen, donde estuvieron unos 7.000 españoles, de los que más de 5.000 fueron asesinados. “Hubo 78 deportados de la provincia de A Coruña, 46 de Ourense, 40 de Pontevedra y 34 de Lugo”, indica Carmen García-Rodeja, portavoz de la ARMH en Galiza. Además del de Mathausen, hubo deportados en los campos de Natzweiler-Struthof, Flossenburg, Buchenwald o Dachau, entre otros.

“Los nazis preguntaron al Ministerio de Asuntos Exteriores de España por los españoles detenidos y este los rechazó, declarándolos apátridas”

Desde la ARMH denuncian que las deportaciones fueron causa de la complicidad del régimen fascista de Francisco Franco con el holocausto nazi, complicidad de la que sigue impune 74 años después de los juicios de Nüremberg. “Hacemos responsable al franquismo de las calamidades que vivieron los  deportados españoles”, manifiesta Eladio Fernández, profesor de historia y coordinador del grupo de investigación de los ourensanos deportados a los campos nazis. “El gobierno nazi había preguntado al Ministerio de Asuntos Exteriores de España —llevado por Serrano Suñer— y este los rechazó, declarándolos apátridas”, explica García-Rodeja. “Sabemos que intervino en algunos casos individuales para salvarlos, por temas de amistades”, destaca.

Durante la transición española, “todos los crímenes franquistas quedaron impunes con la Ley de Amnistía y, posteriomente, cuando el tribunal argentino intervino, el Estado Español anuló la justicia universal”, manifiesta García-Rodeja. Sin embargo, la ARMH viene de sumar —el pasado mes de febrero— a la querella argentina iniciada en 2010, los crímenes de la dictadura en el caso de los deportados en campos de exterminio nazis. “Es una vergüenza que se tenga que hacer desde Argentina —lo que ralentiza el proceso— y no por depuración propia del actual Estado español. Además, no se les hizo las víctimas el reconocimiento estatal que se debería”, lamenta Eladio Fernández.

En cuanto a los gallegos deportados, “se encontraban en el este del Estado español. Era zona republicana durante el final de la guerra”, indica García-Rodeja. Una vez perdieron los republicanos, fueron hacia Francia, “en una retirada con el intento de volver a España para vencer al fascismo”, junto al casi medio millón de exiliados españoles. En el país galo, estuvieron en campos de refugiados situados en playas como la de Argelès-sur-Mer o Rivesaltes, y en el interior, como en Septfonds. Estas zonas, “eran campos de concentración donde dejaron morir la muchas personas. El Gobierno liberal-conservador del momento tenía ese ‘temor rojo’ a los exiliados españoles”, explica Fernández.

Una vez iniciada la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno francés vio en los refugiados españoles un potencial de mano de obra para el conflicto bélico. “Sobre todo trabajaron en la línea Maginot, en autopistas o instalaciones militares”, relata el también profesor de Historia en A Estrada.

A partir de ese punto, los nazis comenzaron a detener a los españoles durante la guerra. Fueron llevados a los stalag, campos de prisioneros de los alemanes. En ese momento se realizó la pregunta al Gobierno franquista sobre qué hacer con los españoles, a los que se les quitó la nacionalidad. Los detenidos empezaron a ingresar en los campos de concentración entre 1940 e 1941 con un triángulo azul —de apátridas— hacia abajo con la ‘S’ de España (En Mauthausen todos llevaban este). Por otro lado, en el resto de los campos, los españoles que se unieron a la lucha contra el nazismo, con los maquis de las Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE) o los detenidos en los ghettos franceses, fueron deportados con el triángulo rojo con la misma ‘S’, ya que todos los españoles detenidos eran considerados como “rojos”.

En 2018, la ARMH propició un homenaje institucional en el Parlamento de Galicia, secundado por todas las agrupaciones políticas. Se realizaron también homenajes individuales y en diferentes ayuntamientos del territorio gallego. Pero “debe haber un homenaje estatal e institucional a todas estas  víctimas, no puede ser que no se sepa que hubo  deportados por sus ideas políticas o que aún haya gente en las fosas comunes”, advierte Eladio Fernández; quien añade: “Se debe finalizar con la política de la  desmemoria. Parece que no es el mismo contar los fusilamientos de los franceses de 2 de mayo que los crímenes de la represión en el franquismo”. 

“El relato oficial del Estado español resalta los intereses de la superestructura ideológica dominante durante el franquismo”

Sobre la ignorancia generalizada del tema, “cuando hacemos charlas en centros educativos, hay quien pregunta si los gallegos deportados eran judíos”, lamenta la portavoz de la ARMH. Con todo, “el relato oficial del Estado español resalta los intereses de la superestructura ideológica dominante durante el franquismo”.

En el caso de los familiares, muchos no sabían que había sido de ellos; bien porque habían muerto en la guerra o bien porque los que sobrevivieron, no querían —o no eran capaces— de contar las calamidades que vivieron. Gracias a las investigaciones históricas realizadas, pudieron reconstruir las vidas de sus familiares. Ahora, hace falta recordar las vivencias de los deportados gallegos de la mano de sus familiares. 

FRANCISCO CORTÉS MARTÍNEZ, DEPORTADO DE LA PROVINCIA DE OURENSE

Francisco Antonio Cortés Martínez nació en el 1913 en Calvos de Randín, al sur de la provincia de Ourense. Su padre, José, era teniente de Carabineros, destinado en Calvos y en Ourense. También fue coronel durante la guerra. Según cuenta Luz Cortés, su sobrina, “Francisco estudió en la Escuela Superior de Veterinaria de Madrid, llegando al segundo curso y mi padre Arquitectura, llegando al cuarto. Allí, se afiliaron a la Federación Universitaria Escolar, de carácter laico y republicano y, más tarde, al Partido Sindicalista”. 

Una vez iniciada la Guerra Civil, perteneció a la 124 Compañía de Asalto en él Cuerpo de Investigación y Vigilancia, destinado en la Sección de Investigaciones Especiales e Inteligencia en Madrid. Una vez decidida la Guerra, la familia huyó a Francia por Figueres, sorteando los bombardeos de la aviación fascista junto al Gobierno republicano. En cambio, “a mi padre, del mismo cuerpo, lo cogieron en Valencia y fue mandado a la cárcel hasta los años 50, que volvió a Galicia”, cuenta la familiar.

En Francia, los hombres estuvieron en el campo de Argelès. En cambio, la madre y las dos hijas se cobijaron en una pensión, regresando más tarde a Calvos de Randín, con la ayuda de un tío oficial del ejército franquista. Allí, “sufrieron insultos, desprecios y hasta robos de los falangistas, pero pudieron rehacer su vida gracias al apoyo de la mayoría del vecindario”, destaca Luz.

El tío y el abuelo de Luz Cortés, se unieron a los comités de trabajadores franceses y a la resistencia francesa, “pensamos que siguieron ejerciendo sus tareas de Inteligencia”, cuenta Luz. “De mi abuelo solo sabemos que estuvo en los campos de Francia. Debió morir allí”. Los nazis detuvieron a Francisco en Tours en diciembre del 1943. Estuvo en el stalag de Compiègne y, tras el rechazo de Franco, en los trenes de la muerte “donde ya moría mucha gente”. En Alemania, estuvo en el campo de concentración de Buchenwald, con el número 4353, registrado como preso político, con el triángulo rojo a sus 30 años.

En el campo, Francisco se inscribió como carpintero. Fue destinado al kommando de trabajo número 30, en la fábrica de armas de Gustloff II en 1944. Después, lo enviaron a otro subcampo de Buchenwald: Langestein  Zwienberge. Según Luz, “esto era para que no formaran grupos y que no se organizaran”. 

“Las torturas nazis le dejaron secuelas de por vida, como los tímpanos reventados y los pulmones enfermos”

Poco antes de la liberación del campo, algunos presos sabían que la  orden de las  SS era asesinar a los que quedaban allí. Muchos presos estaban organizados, “mi tío y otros siete decidieron huir. Aunque no sobrevivieron todos, Francisco sobrevivió”. “Desde allí, cruzaron un río y lo recogió un barco que lo llevó a un campamento para curarlo. Después, estuvo viviendo entre París y Burdeos”, cuenta Luz Cortés. 

En los años 50, consiguió volver a España gracias a un indulto, apoyado por un familiar suyo del bando franquista. Vivió en Gijón como Delegado de Abastos, hasta 1970. Tras esto, fue a Vigo con sus hermanas, causa de sus enfermedades, donde falleció en 1987.

Les daban de comer pietes de patacas y sopas sólo de agua, mientras que a los cerdos les daban las patatas. Mi tío medía 1,80 m y llegó a pesar sólo 39 kg”

Pese a que Francisco Cortés consiguió sobrevivir al holocausto nazi, “le dejó secuelas de por vida, como los  tímpanos reventados y los pulmones enfermos, causa de las torturas”, lamenta Luz. “A los militares los castigaban con los brazos atados hacia atrás,  dislocándoles los hombros”, y asegura que “buscaban que habían muerto en los trabajos forzados de agotamiento, pero al mínimo ápice de rebelión nos fusilaba”. En cuanto a la comida, “les daban de comer pieles de patatas y las sopas eran solo agua, mientras que a los cerdos les daban las patatas peladas, añadiendo la tortura psicológica que supone”, explica. “Medía 1,80 m y llegó a pesar solo 39 kg después de las calamidades que vivió en los campos de exterminio”.

“Durante la mayor parte de su vida, él no quería hablar de lo que vivió en Alemania porque le afectaba mucho y había miedo a la represión franquista. Fue en sus últimos años de vida cuando comenzó a contarme algunas cosas”, destaca su sobrina. “Recordaré siempre a mi tío y a mi padre como personas que aprovechaban la vida que les quedaba y, sobre todo, muy pacíficas”.

“Hay que hacer justicia con quien luchó por la democracia y por la libertad”, defiende Luz. “Nos quejamos ahora por el confinamiento de la  covid-19 y no pensamos en las penurias que se vivieron hay menos de 100 años”, pero advierte que lo más importante frente a la extrema derecha auge es “recordar lo que otros pasaron para que no se repita”.

JOSÉ FERRADÁS PASTORIZA,  DEPORTADO DE LA PROVINCIA DE PONTEVEDRA

José Ferradás Pastoriza nació en 1912 en Beluso, una parroquia al oeste del ayuntamiento pontevedrés de Bueu. Su historia, comienza a ser de interés para José González Ferradás, su sobrino, “cuando tenía ocho años y pregunté por quién era ese cuarto hermano que salía con mi madre y con mis tíos”. “Me habían dicho que mi tío había muerto en la guerra, pero en la iglesia de A Rosa había una placa con los muertos de la guerra, pero no estaba él. “Tu tío era de los otros”, me contestó mi madre”, relata Pepe a sus 65 años.

El mismo día, ya en la casa, “me contó que había luchado por la República, que era un chico con inquietudes socialistas, que buscaba más mejoras colectivas para su época”. Cuando fue el golpe del 36, “José Ferradás le pidió a mi madre que estuviera alerta por si venían los fascistas a por él”. El día que vinieron, huyó por la ventana de la casa hacia la playa de Tulla. “A partir de ahí nadie más supo de él. Mi madre pensaba que había escapado hacia Portugal”, cuenta José González. Aun así, cuando su padre volvió emigrado de los Estados Unidos, “intentó buscar algo sobre mi tío, pero tenía que hacerlo con cuidado, ya que éramos una familia con fama de ‘rojos’”.

“No le pude contar a mi madre que fue en realidad de mi tío, pero me sentí aliviado por saber de sus últimos días”

Más tarde, en 2010, Pepe encontró un libro en el que se hablaba de que muchos republicanos en Catalunya acabaron en la Playa de  Argelès. Buscando en el Portal de Archivos Españoles (PARES) del Ministerio de Cultura, apareció su tío al que daban por muerto en septiembre de 1941 en el campo de concentración de Gusen, subcampo de Mauthausen a 5 km de este. Gracias a la investigadora María Torres, pudo reconstruir la vida de su tío y saber que luchó en Asturias y en Euskal—Herria con la compañía México de la UGT.

“No se lo pude contar a mi madre, pero me sentí aliviado por saber qué fue de él”, confiesa el sobrino de la víctima. “Me enorgullece su consecuencia con sus ideales, pero me duele que no se recuerde, que no se quiera saber y que incluso se oculte desde las instituciones”, concluye José González.

MANUEL RODRÍGUEZ RUBIO,  DEPORTADO DE LA PROVINCIA DE A CORUÑA

Xaquín Rodríguez Rubio y Manuel Rodríguez Rubio alias “Marrolas” son dos hermanos de Ézaro, de la provincia de A Coruña, de 1918 y 1916 respectivamente. Ambos eran comunistas y lucharon en la Guerra defendiendo la II República. Según cuenta Juan Carlos Rodríguez, su sobrino, ellos estaban refugiados en las cuevas del Monte Pindo junto a un centenar de hombres, “no querían luchar con los fascistas, tenían conciencia de clase”, asegura el familiar. Tras un par de meses, ya en 1937, los dos hermanos decidieron —junto a once hombres más— bajar del monte para embarcar en una lancha xeiteira y huir de la zona franquista.

Ya en alta mar, se quedaron sin combustible. Los recogió un barco inglés y los remontó hasta Bristol. Ellos, al llegar, cantaron la Internacional con el puño erguido en el puerto inglés. La gente de allí les avisó de que no estaba bien visto —de aquella gobernaba el conservador británico Chamberlain—. Los ingleses los mandaron elegir bando en el conflicto bélico en España y los repatriaron.

De vuelta y en el bando republicano, “lucharon en la batalla del Ebro, donde sabemos que se encontraron con el otro hermano. Este último, había estado también escondido en el Monte Pindo, pero se entregó y lo forzaron a luchar con los fascistas”, explica Juan Carlos.

Tras perder la guerra, fueron a los campos de refugiados franceses y trabajaron en la línea Maginot. La familia, cree que Marrolas estuvo también en Dunkerque por una carta que recibió su madre; “había tantos aviones allí como gaviotas en el trámito del Ézaro un día de mal tiempo”, escribió.

Marrolas tenía poliomielitis. Fue de los primeros en ser cogido y asesinado en Gusen, donde llevaban a los presos “más moribundos” de Mauthausen. Había sido declarado apátrida y lo asesinaron en 1941 con 25 años. “Nos enteramos de su muerte por una carta del gobierno, por si tenía hijos o viuda”, cuenta Juan Carlos.

Por otra parte, el Partido Comunista Chileno mandó, gracias a Pablo Neruda, un barco llamado Winnipeg a la búsqueda de comunistas a Francia, donde fue Xaquín. Lamentablemente, este fue asesinado en Sudamérica “sin saber aún muy bien los motivos”, relata Juan Carlos.

“Es vergonzoso que la gente no sepa que sus propios vecinos vivieron un genocidio y el holocausto nazi. La gente ni siquiera sabe que en Galiza existieron campos de concentración franquista, como el de Muros y Noia o el de San Simón”, lamenta el mismo familiar. “Queremos que se sepan estas cosas en la sociedad”. Cuando recuerda a sus tíos “los tengo como héroes. Cuando era joven, mi madre siempre me decía que yo me parecía a Marrolas por mis ideales y era algo que me enorgullecía”, asegura.

RAFAEL PARDO VALES,  DEPORTADO DE LA PROVINCIA DE LUGO

Rafael Pardo Vales nació en el 1912 en Laxosa, en la provincia de Lugo. Su sobrina-nieta, Isabel de la Cruz, cuenta que como toda la familia, trabajaba en el ferrocarril e iba de un lado a otro. Después, se metió la guardia de asalto de la República en el 1937 y le tocó Barcelona. Avanzada la guerra, ascendió a sargento. Una vez perdida, fue con su sobrino a Francia.

“Gracias a las cartas que mandó, sabemos que tuvo una novia en el exilio, por el año 39”, explica su familiar. En Francia, “suponemos que estuvo en los campos de refugiados. Estuvo en un stalag cerca de la ciudad alemana de Bremen”. El 3 marzo del 1941 lo enviaron a Mathausen. En junio lo trasladaron a Gusen y fue asesinado el 7 de enero de 1942. “Nos enteramos de su muerte por una carta de la Cruz Roja Internacional que le había llegado a mi tío abuelo en 1946”.

“Por culpa de la represión en la época, mi padre sabía menos de mi tío abuelo de lo que sé yo hoy”

“Recuerdo ver llorar a mi abuela siempre que se emitían películas sobre nazis. Ella me contó la historia de su hermano”, cuenta Isabel. “Con la represión de la posguerra a los hijos no se les contaba nada. Había miedo de que pudieran ser asesinados por ser de izquierdas”. “Mi padre sabía menos de mi tío abuelo de lo que sé yo hoy”, asegura. Además, sobre algunos de los deberes “mínimos” de la época cuenta que “cuando Franco pasaba por la calle de mi abuela para ir a Meirás estaba obligada por la policía a colgar la bandera fascista para que el dictador la viera”.

“Las cosas que pasó esta gente no se deben repetir. Debemos poner nombre, apellidos y adjetivos a los culpables. Saber la verdad”, defiende Isabel. “Por lo que escribió quien sobrevivió al holocausto, sabemos las condiciones en las que vivieron estas personas, pero aquí aún hay gente que ni siquiera sabe qué fue de sus familiares”, añade. “Agradecemos muchísimo los actos como los de la ARMH, pero los echamos en falta desde las instituciones oficiales”, manifiesta.

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