Cibercrimen adolescente: la punta de un iceberg que crece año a año

| 14 julio, 2020

El desconocimiento es un factor clave en las cifras ascendentes de menores de edad que perpetran ciberdelitos, y los que se conocen son una pequeña parte del número real

MONTSE HIDALGO PÉREZ. EL PAÍS.- En 2019 hubo 8.914 detenciones e investigados por ciberdelitos en España. 571 de ellos fueron perpetrados por menores de entre 14 y 17 años. Este 6,3% del total puede resultar poco impresionante, pero los expertos coinciden en que las cifras, aunque crecen año a año, siguen siendo una pequeña muestra de las verdaderas dimensiones del cibercrimen adolescente. “En realidad los datos de prevalencia que dan los estudios que se hacen sobre cibervictimización o cibercriminalidad, es decir, cuando se les pregunta directamente a los jóvenes si han sido víctimas de alguna forma de ciberdelincuencia o si han perpetrado alguna de estas situaciones, el porcentaje no tiene nada que ver, es muchísimo mayor”, asegura Irene Montiel, doctora en psicología, criminóloga y docente e investigadora de la Unir.

¿Qué ensombrece las estadísticas? “En muchos casos no se denuncia, en otros muchos no se persigue porque no hay capacidad de persecución de los delitos, en otros, los fiscales de menores no saben qué hacer con esas denuncias…”, explica José Rosell, socio-director de la compañía de ciberseguridad S2 Grupo, que también se muestra convencido de que los datos de Interior recogen “mucho menos de lo que en realidad se está cometiendo”. A esto contribuye además la juventud de los protagonistas, cuando criminal y víctima son menores, es habitual que se reste importancia a los hechos, al considerarlos “un juego de niños”.

En este sentido, cabe esperar que las cifras que se ven y las que no se ven continúen la misma tendencia. “La respuesta corta es que van a seguir creciendo. ¿Se están tomando medidas? Sí. ¿Son suficientes? Probablemente no”, afirma Hervé Lambert, director de operaciones de la empresa especializada en seguridad informática Panda Security. Internet es una parte creciente de la vida de jóvenes y no tan jóvenes, y para quienes han crecido en plena explosión de servicios de la red, el lenguaje del cibercrimen no se aleja tanto de los que ya conocen. Lambert lo ha visto en su propia casa. “Cuando mi hijo pequeño tenía 13 años y hablamos de hackeos de wifi, el señorito se fue a Internet, buscó exploits y cuando llegué de trabajar al día siguiente me enseñó que había hackeado la wifi del vecino”.

Desconocimiento y curiosidad

“Para los adolescentes es mucho más fácil cometer delitos a través de Internet. Primero, porque no saben que lo que están haciendo es delito, y segundo, porque por sus propias características evolutivas, están en un periodo en el que buscan sensaciones, en el que les gusta experimentar con diferentes identidades”, explica Montiel. No procede aquí imaginar a la versión adolescente del hollywoodiense hacker con capucha sentado ante una pantalla de unos y ceros. Un 60% de los más de 3.000 cibercrímenes registrados como obra de este colectivo entre 2011 y 2019 se concentraron en las categorías de pornografía de menores, amenazas y descubrimiento y revelación de secretos.

Si nos ceñimos a tipologías penales, los menores de entre 14 y 17 años fueron el segundo colectivo que más delitos sexuales cometió en 2019 (222), solo por detrás de los cibercriminales de entre 26 y 40 años, que pese a ser un grupo de edad mucho más amplio, registran 234 detenciones e investigados. “Es un tema complicado”, razona Montiel. “Están en un momento en el que experimentan con su sexualidad, se están descubriendo y pueden caer en conductas que son inadecuadas. Pueden no ser conscientes de que lo que están haciendo es producir pornografía infantil”.

Esa falta de conocimiento también alimenta excesos de confianza que abren la puerta al cibercrimen. “Si tú compartes tu contraseña con tus amigos, evidentemente alguno cometerá un delito y entrará en tu nombre en tu cuenta en redes sociales como Instagram o TikTok. La contraseña no se comparte. Es personal. Es algo que nunca se le da a nadie”, explica Rosell. El experto señala a los padres como parcialmente responsables de este poco secretismo en lo que a contraseñas se refiere. “Un padre no puede entrar en el teléfono un niño. Eso es un delito y no nos damos ni cuenta. Estamos provocando con nuestro comportamiento que no den importancia a cosas que sí la tienen”.

Hazlo tú mismo

Por otra parte, quienes quieran ir más allá de hacerse con la contraseña de un compañero encuentran en Internet a su mejor maestro. “Antes para hackear ordenadores, servidores o hacer ataques de denegación de servicios había que estudiar mucho. Había que ser muy bueno”, asegura Lambert. Ahora hay tutoriales de todo. Y si algo escapa de sus habilidades, siempre queda la opción de comprarlo. “Un virus normal, un troyano, cuesta 22 dólares. Un ramsonware igual cuesta 75 dólares. Y con eso puedes destrozar la vida de mucha gente”. Para Rosell bastan tiempo, ganas y un aliciente. “Que en su caso puede ser conseguir la wifi del vecino o fastidiar al compañero de clase. Y lo que tienen en sus manos son armas”, advierte.

¿Cuándo hay que empezar a sospechar? Según Europol, hay varias señales que podrían indicar que un menor está aproximándose peligrosamente al cibercrimen: que pasen la mayoría de su tiempo online y sean muy reservados respecto a lo que están haciendo, que muestren un interés desmedido en la programación, que estén percibiendo ingresos adicionales de sus actividades online y no digan cómo, que se agoten los datos asignados a la red del hogar o que socialicen más en Internet que fuera de él.

Los expertos coinciden en que para atajar este problema es clave la educación. Y esta empieza en el mundo offline. “Lo mejor que podemos hacer es enseñarles desde pequeños a relacionarse, a solucionar conflictos, a caer y levantarse y a gestionar sus emociones”, aconseja Montiel.

Si pasa lo peor, el protocolo no es muy distinto. Cuando un adolescente se ve envuelto en uno de los crímenes que sí entran en las estadísticas, el trato que recibe durante el proceso posterior es fundamental. “Si le colgamos la etiqueta de cibercriminal, será algo negativo para su desarrollo”, explica Montiel. “A este niño o niña alguien tiene que explicarte que lo que ha hecho es un delito y el daño que ha hecho para que empatice con la víctima. Y lo normal es que no se vuelva a repetir”.

PREVENCIÓN DE EXTREMO A EXTREMO

Por su potencial para acabar convertidos tanto en víctimas como en agresores, los adolescentes están particularmente expuestos a un amplio abanico de riesgos en Internet: el sexting (intercambio de imágenes sexuales), el cyberbullying, el cyberdating violence (violencia en la pareja online como el cibercontrol) y el online grooming (abuso sexual por parte de adultos a través de internet).

Abordarlos de manera amplia es el objetivo del programa Safety.net, en el que Irene Montiel, como parte del grupo de Ciberpsicología de la UNIR colabora con la Fundación Educativa Francisco Coll. “Dota a los participantes de una serie de habilidades y capacidades para gestionar mejor sus recursos por Internet y estar más protegidos”, explica la criminóloga.

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