Bolsonaro: el candidato racista, homófobo y machista de Brasil

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JUAN ROYO GUAL. EL MUNDO.- «Sería incapaz de amar a un hijo homosexual. Prefiero que un hijo mío se muera en un accidente a que aparezca con un bigotudo por ahí». «El gran error de la dictadura fue torturar y no matar». «Mis hijos nunca tendrán una novia negra porque han sido bien educados…» La colección de perlas salidas de la boca del candidato a la presidencia de Brasil Jair Bolsonaro es infinita. En sus casi 30 años como diputado, este militar en la reserva fue una figura rayana en lo folclórico, pero ahora está a un paso de ocupar el sillón más importante del Palacio del Planalto.

El hastío con la clase política tradicional, sus promesas de mano dura contra la violencia y haber conseguido salir indemne de la lluvia de escándalos de corrupción que vive Brasil desde hace unos años le han aupado al primer puesto en las intenciones de voto.

Sus seguidores le apodan Mito, pero en su trayectoria vital no abundan las gestas heroicas. Su carrera, más bien anodina, se ha ido forjando a base de polémicas que él ha sabido usar a su favor. Entró en política después de ser acusado de liderar un plan para poner bombas en cuarteles militares, para presionar al Gobierno para que aumentara los salarios de los soldados en los años 80. Fue procesado internamente y los coroneles que describieron su conducta ya subrayaron su agresividad y su «excesiva ambición económica». Los fines de semana que tenía libres se iba con otros soldados al interior del estado de Bahía a buscar pepitas de oro. Él alegaba que lo hacía «por higiene mental».

Al joven Bolsonaro, el episodio de las bombas le sirvió para darse a conocer en el mundillo militar. Al poco tiempo ya era diputado, convirtiéndose en la voz de las Fuerzas Armadas en el Congreso. El líder ultra hizo de la política su medio de vida. No se le conoce otra profesión, pasó por siete partidos diferentes, pero a pesar de todo consiguió difundir la idea de que votarle a él es votar contra el establishment. No sólo eso: ha construido una marca, la marca Bolsonaro.

Cuatro hijos y un ‘error’

Su apellido es tan poderoso que sus tres hijos mayores también están en política. Eduardo es diputado federal y comparte asientos con el padre en Brasilia, Flávio era diputado en la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro yahora es favorito para llegar a la política nacional como senador, y Carlos tiene el papel más discreto; trabaja como concejal en el Ayuntamiento de Río. Los tres replican el discurso del padre y son los encargados de socorrerle cuando suelta sus numerosos exabruptos. Intentan matizar sus palabras, la mayoría de veces acusando a la prensa de sacar sus frases de contexto. «No quiso decir eso». «No es exactamente así», «Hay una campaña en su contra».

Aparte de sus tres sucesores ya encarrilados, Bolsonaro tiene otros dos hijos más pequeños; Renan, de 19 años, y Laura, de siete. Ésta última fruto de su relación con su actual pareja. A la niña está vinculada una de sus frases más machistas: «Tengo cinco hijos. Cuatro fueron hombres, en la quinta tuve un momento de fragilidad y vino una mujer», dijo el año pasado en una conferencia, provocando carcajadas y aplausos entre sus seguidores.

Las mujeres de Bolsonaro

Bolsonaro, el gran defensor de los valores de la familia tradicional, se ha casado en tres ocasiones. Con su segunda esposa, Ana Cristina Valle, la relación fue tumultuosa. El diario Folha de São Paulo publicó esta semana unos documentos que prueban que, en 2011, la ex mujer del candidato huyó a Noruega con el hijo de ambos, Renan, tras ser amenazada de muerte por el político. La supuesta actitud violenta del presidenciable llegó a ser un asunto diplomático, aunque eso no había trascendido hasta ahora.

Indignado con el hecho de que su ex mujer se hubiera llevado a su hijo al país nórdico sin su consentimiento, Bolsonaro, en calidad de diputado, contactó al ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil para indagar sobre su paradero. El embajador brasileño en Oslo, Carlos Henrique Cardim, llegó a enviar un telegrama a Brasilia explicando la situación: «La señora Ana Cristina Siqueira Valle dijo haber abandonado Brasil hace dos años «por haber sido amenazada de muerte» por el padre del menor (Bolsonaro). Adujo que tal acusación podría motivar la petición de asilo político en este país (Noruega)», dice el telegrama citado por el diario.

Según testimonios recopilados por la prensa local, la ex mujer de Bolsonaro tenía miedo y aseguraba que su vida corría peligro: «Mi cabeza vale 50.000 reales (10.600 euros)», habría dicho a su entorno más cercano.

Sin embargo, ahora usa el apellido Bolsonaro para lanzarse como candidata a diputada, aunque no en el mismo partido que su ex marido, sino con el conservador Podemos (nada que ver con Pablo Iglesias); la formación del futbolista Romario, que aspira a ser gobernador del estado de Río de Janeiro.

Cuando salió a la luz la supuesta amenaza de muerte, Ana Cristina se apresuró a grabar un vídeo para sus seguidores: «Es mentira, él nunca haría una cosa así, es buen padre, buen ex marido, fue un buen marido también… Espero que me creáis, porque esos medios sucios sólo quieren denigrar su imagen, porque está primer lugar en los sondeos».

En la actualidad, Bolsonaro está casado con Michelle, una joven secretaria que conoció en los pasillos del Congreso en 2007. Al poco de empezar su relación, el diputado la contrató como asesora de su partido y le triplicó el salario, pero una decisión judicial la apartó de su puesto al entender que había nepotismo en administración pública.

Ahora los dos comparten una mansión frente a la playa en Barra de Tijuca, el barrio de Río de Janeiro de los nuevos ricos cariocas, una especie de Miami versión quiero y no puedo. Se conocen pocos detalles de la vida de la posible primera dama, pero según su entorno, un rasgo que la define bien es que es extremadamente religiosa.

Hasta 2016, rezaba en la Asamblea de Dios Victoria en Cristo, una de las iglesias evangélicas más radicales. La pareja se dio el ‘sí, quiero’ ante el mediático y ultraconservador pastor Silas Malafaia. En la fiesta que siguió a la ceremonia no sonó ni samba ni funk (una especie de reggaeton brasileño) por expreso deseo de la novia. Las malas lenguas dicen que entre la lista de requisitos que recibió la wedding planner había uno muy importante: nada de tonos rojos, el color icónico del Partido de los Trabajadores de Lula, la bestia negra de la derecha brasileña. Desde que empezó la campaña electoral, Michelle está desaparecida. No se la ve ni siquiera en el hospital de São Paulo donde está ingresado Bolsonaro desde principios de mes, cuando recibió una puñalada que lo cambió todo.

La puñalada

El 6 de septiembre, víspera de la fiesta nacional, Bolsonaro se daba uno de sus clásicos baños de masas en un acto de campaña en Juiz de Fora, a 190 kilómetros de Río. Sus simpatizantes, los bolsomininos, como les bautizó la izquierda en tono burlón, le jaleaban y llevaban a hombros cuando unindividuo aprovechó para camuflarse entre la multitud para clavarle un puñal en el abdomen. El militar fue rápidamente trasladado al hospital, y aunque su vida no corrió peligro en ningún momento, el país se mantuvo en vilo durante horas. El agresor fue detenido en el acto y, según la policía, es un demente que actuó por su cuenta.

El resto de candidatos a la presidencia del Gobierno condenaron rápidamente el ataque. Lo hicieron sin fisuras, hablando de intolerable atentado contra la democracia. Sin embargo, en la atmósfera había algo del refranero popular: «quien siembra vientos recoge tempestades». La ex presidenta Dilma Rousseff fue de las pocas en expresar esa sensación abiertamente. «Creo que es lamentable, pues en un país democrático que se respeta no se puede permitir que se acuchille a un candidato ni a nadie. No obstante», añadió, «incentivar el odio crea este tipo de actitudes».

La ex mandataria recordó que en un reciente acto de campaña el líder de la ultraderecha empuñó un trípode como si fuera un arma y proclamó ante sus seguidores que iba a «fusilar» a toda la petralhada, la forma peyorativa de referirse a los militantes del PT. En 2016, cuando votó a favor de la destitución de Rousseff en el Congreso, Bolsonaro dijo que lo hacía en memoria del coronel Carlos Aberto Brilhante Ustra, uno de los mayores torturadores de la dictadura militar. El gesto, ya de por sí bastante cuestionable, se torna macabro teniendo en cuenta que la propia Rousseff fue cruelmente torturada durante el régimen.

Apenas unas horas después de la puñalada, Bolsonaro grababa un vídeo para sus seguidores postrado en la cama, entubado y conteniendo las lágrimas: «Nunca hice daño a nadie», sollozaba. Los otros candidatos no tuvieron más remedio que replegar sus ataques y concederle una tregua. Su ausencia en los debates de televisión también era un problema, una oportunidad menos para mostrar ante el gran público sus fragilidades. En sus últimas apariciones televisivas se presentó con una chuleta escrita a boli en la palma de la mano.

Gran parte de Brasil esperaba que la agresión desatase una conmoción tal que disparase su popularidad, pero no fue lo que ocurrió. Su porcentaje de apoyo creció levemente después del ataque, pero dentro de lo razonable. Sin embargo, el índice de rechazo (el porcentaje de personas que no le votarían jamás) aumentó con más fuerza. Casi un 30 por ciento de brasileños quiere que el capitán Bolsonaro sea presidente, pero un 44 por ciento asegura que no le votarían «de ninguna de las maneras».

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