44 años de las últimas ejecuciones del franquismo: «Mi padre era el juez y recibió instrucciones de muy arriba para fusilarlos»

| 27 septiembre, 2019

El hijo de uno de los jueces del Consejo de Guerra, familiares de las víctimas, abogados presentes en el fusilamiento e investigadores denuncian «la vergüenza» del proceso y el horror en el paredón

RAFAEL J. ÁLVAREZ. EL MUNDO.- «Mi padre y yo oímos los tiros con los que estaban fusilando a mi hermano. Después, como el sepulturero no quería hacerse cargo, tuvimos que enterrarlo nosotros. Yo pegué unas cuantas paladas… me ayudaron dos policías, un soldado y el cura. Fue el final de un consejo de guerra vergonzoso, sin testigos, con abogados expulsados y ni una prueba de culpabilidad. La camarilla de alrededor de Franco quería un escarmiento y les tocó a ellos. Estaban sentenciados de antemano».

Eran cinco.

Al primero lo ejecutaron en un camino forestal en Barcelona.

Al segundo junto a la tapia de la prisión de Burgos.

Al tercero, al cuarto y al quinto en un talud de un campo de tiro militar en Madrid.

Pelotones de fusilamiento compuestos por policías y guardias civiles que se habían presentado voluntarios mataron a los cinco condenados en la mañana del sábado 27 de septiembre de 1975.

Ahora, casi medio siglo después, Fernando Baena, que escuchó las descargas a unos cientos de metros de aquel paredón de tierra, habla por primera vez para un medio de comunicación. Es el hermano de Xosé Humberto Baena, el último de los últimos fusilados del franquismo. El último ejecutado en la Historia de España.

Hoy hará 44 años.

Apenas dos meses antes de su propia muerte, el dictador dejó un testamento de sangre que cuatro décadas y media después sigue espantando a los Derechos Humanos e incluso a la memoria de algunos de los que estuvieron en el lado franquista de esta historia. «Mi padre estaba apesadumbrado. Recibió instrucciones de muy arriba porque ya los tenían sentenciados. Él me dijo que estaba arrepentido de lo que tuvo que hacer». Habla Ignacio Martín Amaro, hijo del coronel Mariano Martín Benavides, el juez de uno de los tres consejos de guerra que dictaron las penas de muerte.

«ENLOQUECIDO PROCESO REPRESIVO»

Los fusilamientos, aquella pólvora de la mañana que cantara Luis Eduardo Aute en Al alba, fueron lo que el periodista Alfredo Grimaldos define en su libro La sombra de Franco en la Transición, como «el trágico desenlace de un enloquecido proceso represivo: detenciones masivas, torturas, arbitraria adjudicación de responsabilidades, juicios sumarios sin garantía y, por fin, cinco ejecuciones».

Todo se coció entre el 22 de agosto y el 19 de septiembre de 1975 con un Decreto Ley Antiterrorista redactado expresamente para avalar las ejecuciones y con varios juicios sumarísimos contra 11 activistas antifranquistas, algunos de ellos militantes o simpatizantes de ETA y del FRAP. De aquellas 11 condenas a muerte, seis se conmutaron por 30 años de cárcel.

Pero cinco acabaron en el pelotón de fusilamiento.

Y ésta es su historia.

Ángel Otaegui había sido detenido en noviembre de 1974 acusado de colaborar en el crimen del cabo de la Guardia CivilGregorio Posadas, el 3 de abril de aquel año. Como cuenta Carlos Fonseca en Mañana cuando me maten, Otaegui alegó en el juicio que había identificado al agente ante los miembros del comando de ETA pero que no sabía que lo iban a matar. El hombre al que la Policía consideraba autor de los disparos, José Antonio Garmendia, había recibido varios disparos en el tiroteo con los agentes y tenía lesiones cerebrales permanentes. Grimaldos revela en su libro que los policías fueron a interrogar a Garmendia al hospital y que ante la imposibilidad de que hablara, le colocaron la huella dactilar en una declaración previamente escrita por ellos mismos que inculpaba a Otaegui. Tiempo después, los médicos invalidaron la supuesta confesión, pero el tribunal sentenció a muerte a Garmendia y a Otaegui. Sin embargo, el abogado Juan Mari Bandrés logró convencer a los jueces de que «ajusticiar a un disminuido mental es un crimen». Pero aquel caso no podía quedar sin paredón: Otaegui condenado a muerte.

Juan Paredes ManotTxiki, fue detenido como autor de la muerte del cabo de la Policía ArmadaOvidio Díaz el 6 de junio de 1975 durante un tiroteo cruzado en el atraco a un banco de Barcelona. Los abogados Marc Palmés y Magda Oranich pidieron la anulación del juicio: Txiki medía 1,52 metros y ningún testigo reconoció a nadie con tan baja estatura; no se determinó de qué arma de las siete del tiroteo partió la bala que mató al policía; la declaración del acusado se obtuvo bajo torturas, y se aplicó un decreto elaborado después de los hechos, o sea, con efectos retroactivos. Pero en tres horas todo se desestimó: Txiki condenado a muerte.

Oímos los tiros. Tuve que enterrar yo a mi hermano. Fue un juicio vergonzoso; estaban sentenciados de antemanoFERNANDO BAENA, HERMANO DEL ÚLTIMO FUSILADO

José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz fueron acusados de facilitar información y matar, respectivamente, al teniente de la Guardia Civil Antonio Pose, el 16 de agosto de 1975. En el año 2001, el abogado Juan Aguirre contó al documental de EL MUNDO TVLos últimos fusilados-Crónica de una generación que tanto sus compañeros como él recibieron una copia del sumario sólo unas horas antes del juicio. «No sabíamos de qué delito se les acusaba. Ni siquiera pudimos hablar con ellos». En la primera jornada del Consejo de Guerra, Aguirre y todos los defensores civiles fueron expulsados de la sala. «Protestamos por las irregularidades y nos sacaron violentamente. Llevaban las pistolas en la mano y nos decían que nos iban a matar. Se hicieron cargo de la defensa abogados militares que no conocían la causa, ni las pruebas, ni las declaraciones, ni las actuaciones». Resultado: García Sanz y Sánchez Bravo condenados a muerte.

«SALVAJEMENTE TORTURADOS»

Flor Baena, ante el paredón de tierra donde fue fusilado su hermano, en Hoyo de Manzanares (Madrid).EL MUNDO TV

Xosé Humberto Baena fue imputado por la muerte del policía Lucio Rodríguez, el 14 de julio de 1975 en Madrid. Según las declaraciones de otros detenidos como Manuel Blanco Chivite, las cartas de quienes después serían fusilados y la investigación de La sombra de Franco en la Transición, Baena, Sánchez Bravo y García Sanz fueron «salvajemente torturados» por el comisario Roberto Conesa y los policías Carlos Domínguez Sánchez y Juan Antonio Gómez PachecoBilly el Niño. Desde la cárcel de Carabanchel, Baena narró en una carta aquellas torturas: «Me lanzaban de un extremo a otro de la pared, golpeándome con puños y porras (…) Me golpeaban con un palo en la planta de los pies (…) Me golpearon repetidamente la cabeza contra un mueble metálico. En uno de los golpes me arrancaron una muela, aunque en el parte médico figura sólo la palabra ‘caries’». Su hermana, Flor Baena, cuenta que Xosé Humberto ni siquiera estaba en Madrid el día del atentado. Su hermano, Fernando Baena, recuerda que tres testigos del crimen dijeron que la descripción del asesino no coincidía con la de Baena y que otros dos hombres declararon que Xosé Humberto estaba en Portugal poco antes del asesinato de Madrid. «Hasta estaban las visas del pasaporte». Pero el Consejo de Guerra no admitió ninguna de las 194 pruebas que presentó la defensa y firmó una sentencia presentida: Baena condenado a muerte.

El mundo entró en convulsión. Doce países europeos llamaron a consultas a sus embajadores, miles de manifestantes en FranciaItaliaNoruegaAlemania Bélgica exigieron la paralización de las ejecuciones; la embajada española en Lisboa fue incendiada, la ONU debatió la expulsión de España, el Papa Pablo VI y obispos progresistas como Alberto Iniesta o Narcis Jubany pidieron clemencia… Y hasta Nicolás Franco escribió a su hermano: «Querido Paco, estamos viejos… No firmes. Tú eres un buen cristiano, después te arrepentirás».

Nada detuvo al viejo moribundo, que en la víspera de las ejecuciones ordenó que no le despertasen bajo ningún concepto.

Franco, dormir matando.

La noche del 26 de septiembre es el relato de las dos Españas. Mientras Franco dormía y sus acólitos invitaban a la muerte, los demócratas fueron un desvelo. El insomnio inútil.

‘TE VEO EN EL INFIERNO’

En la cárcel Modelo de Barcelona, Juan Paredes, Txiqui, pidió un libro. Se titulaba Te veo en el infierno. Pasó la noche con los abogados Palmés y Oranich en una sala de infancia de la cárcel decorada con carteles de Pluto y de Tom y Jerry.

Ángel Otaegui era hijo único y su madre sólo pudo verlo 15 minutos en la cárcel de Burgos. Pasó la noche bebiendo coñac con algunos funcionarios.

Ramón García Sanz tenía un único hermano, pero estaba ingresado en un hospital de Zaragoza. Pasó la noche a solas.

Extracto de la carta que Xosé Humberto Baena escribió a sus padres desde la cárcel de Carabanchel horas antes de su ejecución.Álbum famliar

José Luis Sánchez Bravo logró que su novia, Silvia Carretero, lo visitara horas antes de ser fusilado. Estaba encarcelada en Yeserías, pero su condición de embarazada hizo que le permitieran ver a Sánchez Bravo. En La sombra de Franco en la Transición cuenta que la víspera de la ejecución no la dejaron ver a Sánchez Bravo sin barrotes de por medio. No ha respondido a las llamadas de este periódico.

Xosé Humberto Baena no tuvo tanta suerte con su novia, Maruxa. Ella también estaba en Yeserías, pero no embarazada. Y eso le sirvió al Régimen para prohibirle la visita. La mujer agradece el interés de este reportaje «en la lucha contra el olvido», pero ha declinado participar en él.

En la víspera del plomo, Baena escribió una carta a sus padres. «Papá, mamá… Cuando me fusilen mañana pediré que no me tapen los ojos para ver la muerte de frente (…) ¿Recordáis lo que dije en el juicio? ‘Que mi muerte se la última que dicte un tribunal militar’ (…)».

Xosé Humberto sí pudo ver a su padre y a su hermano durante 15 minutos en la cárcel de Carabanchel. Ya era día 27. Al alba.

Si te dijera amor mío / que temo a la madrugada

«Salimos de Vigo en cuanto nos avisaron y llegamos a Madrid a las 5.30 de la mañana. Mi hermano estaba resignado y muy sereno. Le dijimos: ‘A nosotros no nos puedes mentir. ¿Lo hiciste?’ Y contestó: ‘No, a vosotros no os puedo mentir: soy inocente’», rescata Fernando Baena. Su hermana completa la memoria. «Mi padre le dijo: ‘Si fueras culpable, al menos me llevaría el consuelo de que te matan por algo’. Y él le respondió: ‘Pues no puedo darte ese consuelo, papá. Soy inocente’».

LOS FUSILAMIENTOS

El primer fusilado fue Txiqui. Eran las 8.30 horas. Le ataron a un trípode colocado en un montículo junto al cementerio de Collserola. Palmés y Oranich estaban con el hermano de Txiqui unos metros detrás del pelotón y podían ver su cabeza. «Los 10 guardias del pelotón empezaron a disparar uno a uno, como con saña. Según disparaban, él iba cayendo. Ya en el suelo oímos un murmullo. Aún vivía. Llegó un guardia, le dio un tiro en la sien y ‘Txiqui’ se quedó quieto. Me acerqué a él, vi los casquillos y, no sé por qué, los cogí. Guardé 10 de ellos, le di la mitad a su madre y tres a un museo. En la cajita donde los tenía había una especie de clavo, pero en realidad, era el casquillo del tiro de gracia, que era más pequeño. Todavía conservo dos casquillos. La persona que esté a favor de la pena de muerte debería asistir a una; el horror no se olvida. Aquellos procesos vulneraron los Derechos Humanos, pero sólo ha sido declarado nulo el de ‘Txiqui’, gracias a una resolución del Parlament de Cataluña. Los demás, no. Hay que hacerlo y recordar todo esto para que no vuelva a pasar jamás». Lo dice hoy, 44 años y una memoria intacta después, Magda Oranich.

Disparaban uno a uno, con saña. En el suelo aún vivía, y un guardia le dio un tiro en la sien. Hay que declarar nulos aquellos procesosMAGDA ORANICH, ABOGADA DE ‘TXIKI’

El segundo fusilado fue Ángel Otaegui. Eran las 8.40 horas y lo colocaron junto a la tapia de la huerta de la prisión de Burgos. No hubo testigos.

A los otros tres los ejecutaron en el polígono de tiro El Palancar, junto a una roca llamada La silla del diablo, en terrenos militares de Hoyo de Manzanares, en Madrid.

El tercer fusilado del día fue Ramón García Sanz. Eran las 9.10 horas. El pelotón estaba formado por 10 policías, un sargento y un teniente.

El cuarto fusilado fue José Luis Sánchez Bravo. Eran las 9.30 horas. Su hermana Victoria oyó los disparos «y de repente salió corriendo y llorando por la carretera», escribió en una crónica para Cambio 16 el periodista Ignacio Fontes. «Mi hermano no era un terrorista, era un hombre bueno y honesto», proclamó en un homenaje público hace cuatro años.

El quinto fusilado de aquel maldito baile de muertos, el último del franquismo y de nuestra Historia, fue Xosé Humberto Baena. Eran las 10.05 horas. «Sabíamos que era en Hoyo de Manzanares, precisamente donde mi hermano había hecho la mili. Seguimos a los furgones y llegamos hasta donde nos dejaron. Desde ahí oímos la segunda y la tercera descargas. Cuando terminaron, me dejaron reconocer el cuerpo. Mi hermano murió instantáneamente. No tenía tiro de gracia». Fernando Baena habla poco pero hondo. Muchos datos, pocas palabras. «Los mandos cumplían órdenes. No les quedaba más narices. Franco estaba fuera de combate y su camarilla de alrededor sabía lo que hacía. Pero yo no olvido que los miembros de los pelotones se apuntaron voluntarios. Luego vimos a policías de paisano con corbatas de colores cantando por Hoyo de Manzanares».

LAS PESADILLAS DEL CURA

Los tres fusilamientos de Hoyo de Manzanares tuvieron un único testigo civil: el cura del pueblo. La Guardia Civil lo sacó imperiosamente de su casa en la madrugada del día 27 para que asistiera a las ejecuciones. Se llamaba Alejandro Peñamedrano y murió en 2014. Tras todos los disparos, los familiares y los abogados de las víctimas lo vieron bajar horrorizado del campo de tiro. Pero jamás quiso hablar. Sólo lo hizo al programa Los últimos fusilados-Crónica de una generación: «Además de los policías y los guardias civiles que participaron en los piquetes, había otros que llegaron en autobuses para jalear las ejecuciones. Muchos de ellos estaban borrachos. Yo no paré de llorar en todo el tiempo y algunos se acercaron a mí para amenazarme por no aplaudir. Cuando fui a dar la extremaunción a uno de los chicos fusilados, aún respiraba. En ese momento se acercó el teniente que mandaba el pelotón y le dio el tiro de gracia, sin darme tiempo a separarme del cuerpo caído. La sangre me salpicó. No he dejado de tener pesadillas ninguna noche de mi vida».

En el año 2001, aquel documental de ELMUNDO TV logró llevar a Flor Baena al lugar donde habían fusilado a su hermano 26 años antes. Hoy, 44 años después, ella le saca vida a aquella muerte. «Sentí mucha paz. Quería saber cuál fue el último paisaje de mi hermano. Me puse en el paredón, donde supuse que estaría él colocado, para ver qué fue lo último que él vio. Y sentí paz».

Mi padre estaba arrepentido, el proceso dejó mucho que desear. Los altos estamentos querían un escarmientoIGNACIO MARTÍN AMARO, HIJO DEL JUEZ QUE DICTÓ LA PENA DE MUERTE

Su última espina se la arrancó poco después, cuando quiso comprobar si era su hermano el que estaba realmente enterrado en el cementerio vigués donde lo llevó la Policía el 9 de octubre de 1975. «Lo enterraron deprisa y corriendo, casi sin que a mi padre le diera tiempo de llegar. Teníamos la duda de si hasta entonces nos lo habían robado. Así que hace unos años pedí permiso al Ayuntamiento para reconocer el cuerpo. Y una mañana lo hicimos. Estaba embalsamado, casi entero. Le vi los balazos. Tenía la frente manchada de tierra de haber caído de frente el fusilamiento. Lo volvimos a enterrar y sentí alivio. Era él. Y ahí está, en nuestro panteón».

EL JUEZ DEL CONSEJO DE GUERRA

El hijo del juez militar Martín Benavides atiende a EL MUNDO con honestidad y no esquiva ni una pregunta. «Mi padre era muy reservado y en casa no se hablaba de aquello. Pero sé que no participó en aquel proceso de buena gana, lo pasó fatal. A la familia de Baena le dio todas las facilidades para que pudieran visitarlo en la cárcel, y permitió la salida de la carta que Baena escribió en la víspera, que a mí me impresiona mucho». Ignacio Martín Amaro, que fue senador del PP y candidato de Ciudadanos por Orense en las últimas elecciones, habla sin tapujos: «Mi padre estuvo presente en el fusilamiento porque tenía que dar fe de las muertes. Sabía que aquel proceso había dejado mucho que desear. Los jueces militares tenían instrucciones de muy arriba y aquellos jóvenes estaban sentenciados. Los altos estamentos querían dar un escarmiento. Y mi padre lamentó todo lo que tuvo que hacer».

Ninguna de las familias que ha pleiteado estos años por reabrir el caso o reclamar la nulidad de aquel proceso ha logrado nada en el universo judicial.

– Flor, ¿se ha cerrado la herida?

– Yo siento pena por las familias de los policías y los guardias civiles, porque nadie merece morir así. Pero creo que la democracia tiene una asignatura pendiente. Los Consejos de Guerra quedarán impunes porque sus responsables no serán castigados. Hasta que no muera el último que participó en todo aquello, no revisarán aquel espanto. Esperarán a que todos mueran.

LOS CINCO ÚLTIMOS FUSILADOS EN ESPAÑA

De izquierda a derecha

8.30 h. Juan Paredes, ‘Txiki’. Montador, 21 años. Medía 1,52 y ningún testigo del atraco donde mataron al policía Ovidio Díaz lo reconoció. Ejecutado en Barcelona.

8.40 h. Ángel Otaegui. Pescador y obrero, 33 años. Acusado de colaborar en el crimen del guardia civil Gregorio Posadas. Ejecutado sin testigos en Burgos.

9.10 h. Ramón García Sanz. Soldador. 27 años. Acusado de matar al teniente Antonio Pose. Su abogado no pudo hablar con él. Ejecutado en Hoyo de Manzanares.

9.30 h. José Luis Sánchez Bravo. Estudiante de Física. Acusado de colaborar en la crimen de Pose. Su abogado fue expulsado del juicio. Ejecutado en Hoyo.

10.05 h. Xosé Humberto Baena. Estudiaba Filosofía. 24 años. Acusado de matar al policía Lucio Rodríguez. El juez rechazó 194 pruebas de la defensa. Ejecutado en Hoyo.

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